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lunes, 8 de agosto de 2016

CUÁLES SON LOS PILARES DEL CRECIMIENTO ECONÓMICO DE  CHILE

Por Hugo Latorre Fuenzalida

Muchos han creído en el “milagro chileno”. Un profesor  economista boliviano, en las clases del CENDES (Centro de Estudios del Desarrollo- Venezuela) por allá en 1992, señalaba que el gran acierto de la economía chilena había sido el “consenso” logrado en las política económicas; que al no hacer cambios  radicales permitió que esta economía pudiera seguir un ritmo de dinamismo creciente, sin sobresaltos.

Muchos también creyeron en el “milagro argentino”, cuando Saúl Menem oficiaba de gran gurú de la dolarización y transnacionalización de la economía. Pero Argentina terminó en el “Corralito” y Chile anda a bandazos y a punto del estancamiento, además con graves crisis sociales y  de tipo moral (corrupción transversal) producto de su nefasto esquema de acumulación capitalista oligárquico y transnacionalizado.
Pero  la economía Chilena ha reconocido tiempos “ilusoriamente” buenos y otros realmente de desengaño, como es propio de naciones que viven de las materias primas y que han sido incapaces de generar propuestas de desarrollo balanceado o de nivel superior. Pero además Chile  ha construido una economía dual, es decir una economía que funciona como dos economías separadas: la economía del 30% integrado y otra economía del 70% que no logra integrarse. Dentro de este 70% hay una fracción variable (entre el 25% y el 35%) que se integra parcialmente o temporalmente. Esta gente es la que sufre, en las recesiones, el proceso de caída desde su estatus “aspiracional” al de los “perdedores”, como gustan llamar por parte de quienes compiten en el darwinismo más inclemente y menos  sensible del sistema, ese sistema moral que se nutre del espírituhobbesiano (“El hombre es un lobo  para los hombres”-Homo hominilupus).
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La economía chilena  intenta acercarse a los países desarrollados por la vía del crecimiento inarmónico y segmentado. En todo caso ese crecimiento-que no es  muy impresionante- no se ha debido a la capacidad inventiva de nuestros economistas o políticos, sino a los procesos mundiales “fortuitos” para estos actores de la política nacional. Los ejemplos están ahí. El crecimiento de finales de los 70 hasta 1983, se debió al afortunado proceso (para los ricos) de llegada de los petrodólares que inundaron a los sedientos empresarios  recién incorporados al masivo proceso de privatización de los activos públicos; también debido a la transferencia gratuita de patrimonio social a manos privadas y a endeudamiento externo e interno, que finalmente –al colapsar el experimento chicaguista en 1983- debió ser pagado por todos los chilenos.
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Luego de una caída del PIB de un 14%, vino una recuperación progresiva hasta 1988 (lo que es inevitable cuando se cae en esas magnitudes), donde se suman dólares frescos por la transnacionalización de la propiedad  privatizada en la primera fase y pactada en la renegociación de la deuda (dejada por el fracasado experimento chicaguista); también se suman dos años de altos precios del cobre  (que aún no estaba privatizado) lo que permitió que el Fisco dispusiera plenamente de  esa bonanza y  lanzara al mercado gran cantidad de dinero (con el intento de ganar el plebiscito del SÍ y el NO), lo que incrementó el consumo hasta llegar a tasas proyectadas del 13% para el último año del gobierno dictatorial. Pero la incongruencia del fenómeno radicó en que la tasa de inversión era tres veces menor (12%) a la necesaria para sostener ese crecimiento especulativo(35%).
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En eso se pierde el plebiscito en que Pinochet pretendía perpetuarse y llega la Concertación que se enfrentaba a la disyuntiva de conseguir inversiones por sobre el 20% del PIB o desatar una recesión para evitar una inflación descontrolada.
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Se recurrió a EE.UU. y el nuevo liderazgo democrático no consiguió los dineros requeridos sino la promesa de que las empresas norteamericanas invirtieran en Chile, para lo que se debía dar los incentivos necesarios. De esta forma la Concertación dejó la Ley minera de José Piñera tal cual y luego benefició más a las transnacionales mineras al cambiar la tributación por renta presunta a otra de renta efectiva. Esa medida del gobierno de Aylwin fue la perdición para Chile, pues desde ahí se abren todas las ventanas a la evasión y elusión tributaria por parte de las mineras privadas (Además se  cedieron 30.000 hectáreas de yacimientos mineros  exclusivos de Codelco a la explotación transnacional).
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Con todo, las inversiones privadas recién autorizadas en el sector minero más la privatización de las empresas telefónicas, eléctricas y sanitarias, atrajeron nuevos recursos que se invierten nuevamente en propiedades suntuarias, en bolsa, en infraestructura y en consumo. Esto crea el fenómeno del crecimiento hasta el año 1997. Este crecimiento fue muy desigual, pues desde 1990 hasta 1997 la tasa de crecimiento fue, nuevamente, del 7% del PIB interanual para el 30% más integrado a la economía neoliberal; pero apenas fue del 0,6% para el 70% restante de los chilenos.

Desde ahí se marca la diferencia social enorme en democracia y que se reproduce hasta hoy sin mayores variaciones, con lo que los ricos siguen apropiándose de la riqueza de manera exponencial, mientras el 70% de los compatriotas lo hace de manera marginal.
La crisis asiática se manifiesta en Chile de manera profunda, tanto por ser nuestra economía estructuralmente abierta y transnacionalizada, como por las pésimas políticas de ajuste que siguieron desde el Banco Central como desde el ministerio de Hacienda de entonces: Massad y Aninat). Estas malas decisiones llevaron a que Chile se sumergiera en una recesión de 5,5 años, sin necesidad y con grave daño a los actores productivos nacionales  y a las economías pobres  y de clase media. Los ricos, sabemos que en las crisis siguen aumentando sus activos.

La recuperación desde  el 2003 se debe no al genio de Lagos como Presidente ni a Eyzaguirre como ministro de Hacienda; nuevamente se debió a la recuperación de China que decidió aprovechar la crisis  del Asia para reestructurar su economía y lanzarla en un portentoso impulso de conquistas de mercados. Eso incremento exponencialmente la demanda de materias primas y sacó a la economía chilena del marasmo en que la mantenían nuestros economistas.
Este ciclo virtuoso del cobre fue aprovechado solo marginalmente por Chile, pues 2/3 del sobreprecio del cobre en los mercados fue aprovechado por las transnacionales y sólo un tercio el pueblo chileno. Cuando se termina el ciclo expansivo de la minería, el país se encuentra en incapacidad de dar respuesta a necesidades tan básicas como educación de calidad y salud digna.

Y pensar que con esos recursos, Chile pudo abandonar el atraso en una generación. Es por eso que el juicio sobre esta generación de políticos será lapidario, el día que se haga.
Entonces, Chile queda a la espera de otro ciclo virtuoso de las materias primas; pero como dice la sentencia  islámica: “Alá llama sólo una vez a la puerta del fiel; si no está atento, seguirá a tocar a la puerta que sigue. Lo mismo dice la sentencia bíblica acerca de las “vírgenes necias”.
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Como podemos apreciar, las bonanzas de Chile han sido propiciadas, en estas etapas de globalización, por factores externos y otros tan espurios como la liquidación de los activos públicos; mientras que las caídas se deben específicamente a los errores de nuestros políticos y economistas, que han sido capaces de perseverar en criterios aberrantes de una manera sorprendentemente pertinaz.

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