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jueves, 21 de julio de 2016


La voz del Perú
LA REVOLUCIÓN SOCIAL CUESTA, PERO ES JUSTA Y NECESARIA

Por Roberto Mejía Alarcón 

Los grupos de poder se han escandalizado ante el anuncio de una “revolución social” que promete llevar adelante el presidente electo Pedro Pablo Kuczynski. Tal frase no existe en el habla diaria de ellos. Es pecado mortal, una blasfemia imperdonable. La historia política está llena de ejemplos al respecto. Por eso ya están moviendo sus fichas mediáticas para botar al traste, según dicen, ese despropósito. Prefieren que todo siga igual. No hay que crear turbulencias, manifiestan en sus acercamientos con el designado gabinete ministerial, porque se vendrían abajo las posibilidades de una mayor inversión y ,consiguientemente, un perjuicio irreparable a la economía. ¿Hasta qué punto puede tomarse en serio tal apetencia?.
Para comenzar es bueno que sepan que el ciudadano de hoy, a diferencia de aquel que existía en el siglo pasado, es cada vez más consciente de la situación en que vive, de sus problemas, de sus carencias y limitaciones. Y, del mismo modo, que gracias a su tenacidad sabe que, pese a todo, tiene derecho a un presente y futuro mejor. No cree, como algunos suponen, en la prédica de aquellos que afirman demagógicamente, que el país va viento en popa y que, gracias a la política económica neoliberal, nos acercamos a las condiciones del llamado Primer Mundo. Lo cierto es que si bien la economía es más diversificada, aun continuamos siendo víctimas del subdesarrollo y, frente a una minoría privilegiada, millones de personas, sobre todo en los andes y la selva, viven en la miseria. La prueba de ello está en el informe “Progreso Multidimensional: bienestar más allá del progreso”, elaborado por el Programa de las Naciones Unidas, donde se revela que de los 30 millones de peruanos, 12 millones son vulnerables, pues sus ingresos se encuentran entre 4 y 10 dólares, lo cual significa que tales personas podrían volver a caer en la pobreza o pobreza extrema. Hoy en día el 2 y el 7 por ciento de la población, permanecen en tal estado.
Por eso se agradece, desde ahora, la posibilidad de una “revolución social” formulada por PPK, quien gobernará en medio de la prepotencia de un Poder Legislativo controlado por un grupo político que le guarda rencor y que está animado por una sed de venganza, luego de la derrota electoral de junio pasado. La gratitud del pueblo vendrá después, siempre que se sepa ahora y no mañana, qué es lo que Kuczynski interpreta como “revolución social” y cómo entiende tal frase el ciudadano de a pie. Éste y porque conocemos su realidad, aspira, en esencia, a vivir como ser humano, o sea a tener derecho a comer, a gozar de salud, a preservar la naturaleza y mejorar el ambiente, a contar con un empleo estable, un salario remunerador y prestaciones laborales que desde hace tiempo están consagradas legalmente; a tener acceso a la educación de calidad y al menos a las expresiones de la cultura que el propio pueblo crea, a poder adiestrarse en el manejo de las nuevas técnicas que hoy se multiplican con celeridad; a disponer de servicios sociales básicos; a ejercer libremente el derecho a pensar, a tener o no una religión, a expresarse, a organizarse, a protestar, a unirse y en síntesis a vivir dignamente.
Todo ello supone vivir en paz, en armonía con la naturaleza y con la sociedad, disfrutar de seguridad y en una genuina democracia, al menos reducir la dosis de violencia y la dramática desigualdad que hoy se observa entre ricos y pobres, donde los primeros gozan de altos niveles de ingreso y en donde los segundos, que forman la mayor parte de la población, viven aun en condiciones lamentables.
Alcanzar ese sueño, es posible, si verdaderamente se da la “revolución social”. Todo eso, podríamos afirmar, resume las principales aspiraciones y anhelo del ciudadano, de ese que no tiene empleo, de ese que cada mañana lucha por treparse como sea a un vehículo del transporte público, de ese que habiendo estudiado no califica para trabajar en lo que sabe, de ese que sufre al lado de sus hijos por la falta de un plato de comida caliente, de ese que no conoce la Internet porque en su villorio no existe la energía eléctrica, de ese que es discriminado por el color de su piel, de ese que ve mirar impotente la muerte de sus familiares por la falta de atención médica y medicinas apropiadas.
Definir con precisión lo que se reclama, establecerlo claramente, convertirlo en el centro de una propuesta auténticamente cristiana y aun pronunciarlo como lema o como divisa de nuestras luchas sociales, es importante e incluso necesario, aunque con frecuencia caemos en el error de creer que porque las demandas del pueblo de abajo son legítimas, justas, claras y viables, se abrirán paso espontáneamente y sin mayor esfuerzo. Olvidamos que la democracia tiene amplias vías para que la ciudadanía se haga escuchar y hacer valer sus derechos constitucionales. Olvidamos, gobernantes y gobernados, que sólo el reconocimiento de la dignidad humana hace posible el crecimiento común y personal de todos. Olvidamos que para favorecer un crecimiento semejante es necesario, en particular, apoyar a los últimos, asegurar efectivamente condiciones de igualdad de oportunidades entre el hombre y la mujer, garantizar la igualdad objetiva entre las diversas clases sociales ante la ley. El día en que nos pongamos sobre el pecho el cumplimiento de esos deberes -y ojalá así ocurra a partir de este julio- entonces sí podremos hablar de “revolución social”.

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