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lunes, 23 de mayo de 2016

Libro de Mónica Echeverría
De rabioso revolucionario a fanático lobista
Por Rafael Luis Gumucio Rivas

El libro de Mónica Echeverría, No me van a callar, retrata la soledad y desafección que padecen muchos de los niños de la antigua aristocracia chilena, condenados al patio trasero de inmensas casas patriarcales y a la educación de las “mamas” o, en algunos casos, de las institutrices contraídas directamente de Francia o de Inglaterra. Contrariamente a la idea común de nacimiento y crianza en cunas doradas, en muchos casos son relegados a un mundo muy distante de los afectos de sus progenitores.
En esta columna voy a dejar de lado esta parte desgarradora del libro de Mónica para centrarme en el retrato valiente de personajes que han transitado desde revolucionarios – incluso rabiosos en su radicalismo – a adoradores del libre mercado y amasadores de fortuna. Este fenómeno de los “conversos” existe desde que el mundo es mundo y, nada de extraño que algunos prohombres  más fanáticos de la revolución devengan en defensores acérrimos defensores de la dictadura del dinero. Uno de los jefes de los rabiosos de la Revolución Francesa, por ejemplo, Jacques René Hebert, era corrupto; lo mismo ocurría con George Danton, que sostenía abiertamente que la revolución abría las puertas al enriquecimiento de estos pequeños burgueses – antes abogados de segunda categoría -. En el reinado de Louis Philippe, el ministro Francois Guizot planteaba el famoso lema “enriqueceos” y muy cínicamente sostenía que “los pobres debían convertirse en ricos para que el sufragio fuera igualitario”.
Los jóvenes fundadores del MAPU, citados en el libro de Mónica Echeverría, una vez abandonado la Democracia Cristiana, en 1969, pasaron prontamente, sin estaciones intermedias, desde el reformismo socialcristiano al radicalismo del Frente de Trabajadores, encargado de criticar a los partidos clásicos de la izquierda chilena – comunistas y socialistas – privilegiando una alianza con el MIR y con sectores más radicales del socialismo – los elenos –, y no es extraño que el MAPU fuera llamado el “casi-MIR”, o bien, un partido marxista para la “gente bien”.
Es innegable, sin embargo, el aporte de los jóvenes fundadores del MAPU en el triunfo de la Unidad Popular y durante el gobierno de Salvador  Allende. La trágica y tempranamente muerte del principal líder de ese partido, Rodrigo Ambrosio, dejó al MAPU sin dirección clara, hecho que dio origen a dos fracciones muy distas: una más apegada al Partido Comunista y al ala moderada de la Unidad Popular, el sector de Jaime Gazmuri, y otra más radical y rabiosa, la de óscar Guillermo Garretón – pensemos lo que va de ayer a hoy, de incendiario a representante de los empresarios -. Uno de los episodios, hoy tal vez olvidado, fue la participación del MAPU en la asamblea nacional constituyente, en Concepción, condenada por el gobierno de Allende por su concepción alternativa del poder popular.
Antes de la muerte de Rodrigo Ambrosio la juventud del MAPU había perdido a sus viejos fundadores, entre ellos Rafael Gumucio Vives, Alberto Jerez, Julio Silva Solar y Jacques Chonchol, que pasaron a la  Izquierda Cristiana, partido que surgió del quiebre de la Democracia Cristiana, luego de una elección extraordinaria en Valparaíso, donde los freistas acordaron apoyar a un  candidato apoyado por la derecha, Óscar Marín, para reemplazar a la diputada Graciela Lacoste.
El quiebre entre viejos fundadores y jóvenes no era un asunto generacional, sino un tema político de fondo, que expresaba el dilema entre un partido de cristianos revolucionarios y un quinto o sexto partido marxista leninista en que no existía mayor diferencia entre el MAPU y el ala guevarista de la Unidad Popular.
A poco andar, el MAPU sufrió su segunda división entre aquellos dirigentes y militantes más apegados al sector moderado de la Unidad Popular – dirigido por el Partido Comunista – y los rabiosos seguidores del gran revolucionario – hoy prominente empresario y patrón de patrones - Óscar Guillermo Garretón.
Legalmente el nombre del MAPU quedó en manos de Garretón, mientras la fracción de Gazmuri se llamó MAPU-Obrero campesino, que en el exilio se declararon, ridículamente, “tercer partido marxista-leninista”, lo cual les permitía gozar de los privilegios de los paraísos de los gobiernos del llamado “socialismo realmente existente”.
La característica principal de los jóvenes fundadores del MAPU ha sido su enorme ambición de poder y, sobre todo, unos egos pantagruélicos que rayan en un narcisismo sin límites: cada uno de estos personajes pretende hacer de su vida una epopeya – antes, grandes ideólogos del marxismo althusseriano, hoy, geniales lobistas, empresarios que se autodenominan “progresistas”, gerentes de bancos y presidentes de clubes deportivos e, incluso, diplomáticos < como un Talleyrand Perigord>.
No es extraña a la historia esta evolución de los que algunos llaman “conversos” y otros, traidores, pues el paso del ultrismo izquierdista al ultraneoliberalismo es común a través del tiempo: los Correa, los Estévez, Los Garretón, los Flórez, los Marambio, pueden ser tan fanáticos marxistas – leninistas o guevaristas como, posteriormente, seguidores de la escuela austriaca en economía y la democracia al servicio de los bancos. Nada más fácil que pasar de Marat a Guizot.
El valor de Mónica Echeverría nos reconcilia con la vida y con la política, sobre todo en este largo invierno de los ideales y de los horizontes de esperanza.

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