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lunes, 14 de diciembre de 2015

Las opiniones del fin de semana


DESPUÉS DEL FALLO

Por Jorge Navarrete (*)
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Aunque no  conocemos el contenido de la resolución emitida por el Tribunal Constitucional, lo leído en el comunicado de prensa significó un duro golpe para las pretensiones del Gobierno. Pese a lo advertido incluso por sus propios partidarios, se insistió en una vía que, al igual que en varios juegos de mesa, hoy significa retroceder varios espacios.

Pero más allá de los inconvenientes, que no son pocos ni menores, hay una cuestión poco relevada por los analistas y que se refiere al triunfo político cultural que se anotó el oficialismo en torno al concepto de gratuidad (hegemonía, diría Gramsci). En efecto, las objeciones de la oposición no apuntaron a cuestionar el trasfondo de la política pública sino, vaya paradoja, a que este beneficio no se hiciera extensivo de manera universal, incurriendo en discriminaciones arbitrarias. Entonces, y mirado desde una perspectiva más benevolente, lo que antes era un motivo de álgidas y duras disputas -me refiero a la pertinencia, necesidad y justicia de la gratuidad universal- hoy parece haber decantado en un amplio consenso político, lo cual no puede ser sino interpretado como un triunfo del Gobierno.

Sin embargo, esa mirada optimista no puede oscurecer los graves errores e improvisaciones que se han verificado con motivo de esta reforma, cuyos continuos cambios y modificaciones parecieran tener como sustrato común las disputas, presiones y amenazas de los diversos grupos de interés que han terciado en la discusión. Incluso más, este revés con la constitucionalidad de la partida presupuestaria con que el Gobierno quería comenzar a implementar la gratuidad, conecta con la forma de cómo se inició y gestó este debate: me refiero a las importantes movilizaciones estudiantiles de mediados del gobierno de Piñera.

Si uno mirara desapasionadamente este tema, tendría que reconocer que los principales problemas, y por tanto prioridades de nuestra educación, no se encuentran necesariamente en el segmento superior. Invertir en formación preescolar y general es mucho más incidente para afrontar el momento donde realmente se generan las diferencias y brechas que después resulta muy difícil remontar. Entonces, y ruego me excusen la ordinariez de la metáfora, si la educación fuera un perro, creo nos estamos centrando en su hocico, que no es necesariamente la parte más importante del animal, pero sí la que ladra y muerde. Dicho de otra forma, la intensidad con la que públicamente reclamaron los estudiantes era un legítimo antecedente para acometer este debate, pero no suficiente para abordar la gratuidad como nuestra primera y más importante prioridad.

Pero incluso si así no fuera, resulta sorprendente que en este primer esfuerzo por garantizar este beneficio, hubiéramos querido postergar a quienes más la necesitan, estudiantes con grandes carencias económicas como es el caso de quienes asisten a institutos profesionales y centros de formación técnica; matrícula de alumnos que, sería bueno recordar, supera hace varios años a los que ingresan a la universidad.
(*) La Tercera

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