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lunes, 26 de octubre de 2015

OPINIONES DEL FIN DE SEMANA
CRÍTICOS Y CRITICADOS
 Por Jorge Navarrete

A estas alturas resulta un lugar común hablar de la crisis de la actividad política. Y aunque es evidente que los problemas de legitimidad y representación que arrastran las instituciones se enmarcan dentro de una tendencia mundial, los datos también nos muestran que el deterioro y la desafección han sido profundamente acelerados en nuestro país. 
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En efecto, y tomando como referencia únicamente a los países de la región, la velocidad y profundidad de la caída en la confianza de los partidos políticos es sólo peor en Nicaragua y Guatemala; mientras que tratándose del Congreso, nuestra situación es levemente menos dramática de lo que está ocurriendo en Paraguay.


Cuando algunos destacan estos datos u otros insisten sobre la gravedad que reviste el desprestigio de nuestra clase dirigente, hay muchos políticos que reaccionan de manera defensiva, tanto minimizando la magnitud del problema, como también suponiendo que se les hace un ataque personal. 
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El exabrupto de Ignacio Walker hacia Eduardo Engel tuvo algo de esto. Por una parte, no parece razonable desacreditar las opiniones que cualquier ciudadano manifiesta hacia la política, actividad que por definición se refiere a los asuntos que nos conciernen a todos. Quizás sin quererlo, el senador se hizo parte de una peligrosa corriente, tan propia de la defensa corporativa, que tiende a privatizar el espacio público como si la conducta y desempeño de nuestros representantes fuera una cuestión que sólo atañe y puede juzgarse desde adentro, y por quienes de manera preferente se dedican a esta actividad. Por la otra, si cualquier persona está inhabilitada para opinar sobre nuestro sistema institucional pues “no tiene idea de política”, ¿en qué posición quedarían los senadores y diputados para discutir -peor todavía, para resolver- cuestiones que se refieren a la economía, el medio ambiente, la ciencia o el sistema de salud?

Traigo tardíamente a colación este episodio, pues esta semana la comisión de Constitución de la Cámara de Diputados mayoritariamente rechazó que un agente externo como el Servel pudiera fiscalizar las elecciones internas de los partidos políticos. La razón aducida fue que dicha medida era impracticable, pero frente a la insistencia de otras alternativas para cumplir con el mismo propósito, la reprobación fue todavía más enérgica. ¿Qué puede haber detrás de tanto celo por evitar que estos procesos internos sean susceptibles de ser vigilados y reclamados ante un órgano imparcial que profesionalmente se dedica a esta cuestión?

Y aunque respuestas habrá muchas, lo que por ahora me interesa recalcar es que las fuertes críticas que se hacen a nuestros partidos, en cuanto a su falta de transparencia, representatividad e incidencia en el debate público, están mayoritariamente animadas por la convicción de que éstos son un pilar fundamental de nuestra democracia, en cuanto cumplen esa insustituible labor de intermediar entre el poder formal y los ciudadanos. Negar la evidencia o resistirse a los cambios, es la mejor manera de darle la espalda a la política y a sus protagonistas.

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