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viernes, 16 de octubre de 2015

OPINIÓN-HUGO LATORRE
REVISITAR LA HISTORIA
Por Hugo Latorre Fuenzalida
  
Nietzsche, en su inmensa sabiduría y universalidad, planteaba la verdadera “enfermedad histórica” de las sociedades de su tiempo. Señalaba que la historia era imitada y traída de los cabellos para ser repuesta en escena, como si la historia pudiera ser repetida. Este mal de la historia debía ser rechazado pues ni las circunstancias pueden ser las mismas y tampoco las personas. Lo que sí es saludable, es el aprender  de la historia, para que los errores cometidos y las enseñanzas dejadas como verdaderas se pudieran cotejar hacia el presente. Ese podría ser unos de los sentidos del “eterno retorno” expuesto misteriosamente por Nietzsche. Pero también decía que el hombre no pude vivir sin historia, pues dejaría de ser persona; sin memoria no hay SER.
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La forma de lograr esta enseñanza de la historia es “revisitándola”. Esto se debe hacer con el desprejuicio de quien da un paseo, como quien visita un museo. La historia tiene mucho que decirnos de lo que los hombres han hecho bien y mal, pero no podemos adscribirnos a otros tiempos con intenciones de imitarlos, recuperarlos o reinstalarlos.
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Un historiado insigne del siglo XIX, Jacob Burckhardt, quien fuera profesor del mismo Nietzsche y del cual el filósofo sacó muchos conceptos acerca de la historia, escribió un libro que de casualidad llegó a mis manos, gracias a la donación de una amiga historiadora. Esta obra se llama “Reflexiones sobre la historia universal” (FCE, México 1943, 1° edición en alemán, 1905).
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Estas reflexiones entregan variedad de lógicas (también contra- lógicas) dadas a lo largo de la historia, algunas de las cuales  deseo comentar, pues son de valía universal y muy cercana a nuestra experiencia contemporánea.
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Señala, por ejemplo, que en la historia hay un espíritu y que, a su vez,  el espíritu tiene una historia. Dentro de las variables plurales y mutantes,  de lo material, se desarrolla como un topo un sentido espiritual que emerge de alguna forma, y sobre estas variables se puede construir una historia de esa espiritualidad que gravita y crece, como fondo. El espíritu es mudable-dice-pero no perecedero. Se dan procesos que son antagónicos o complementarios y otras confluyen en fenómenos simultáneos que definen el espíritu de una época en diversas culturas y territorios, a veces tan lejanos que sorprenden por su coordinación, como ocurrió en el siglo VI -a de c.- que abarcó desde China hasta Jonia, pasando por la religión hebrea en tiempos de Isaías; o como ocurrió en Alemania y en la India con el movimiento reformista.
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“Ya en los esbozos históricos nos encontramos con que nuestros afanes de conocimiento tropiezan no pocas veces con una espesa maraña de intenciones que se presentan a nosotros disfrazadas bajo el ropaje de tradiciones.”
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Luego apunta: “Junto con las violentas fijaciones de conceptos metafísicos y a la definición violenta de lo bueno y de lo justo, considerando como un delito de alta tradición lo que cae fuera de esos límites, puede alzarse la pervivencia en la más vulgar vida de filisteo y en el campo de los negocios.
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Respecto del “patriotismo” señala: “Pero al lado de los ciegos panegíricos de la patria existe otro deber muy distinto y más difícil: el de  educarse para llegar a ser un hombre capaz de conocimiento, que pone por encima de todo la verdad y afinidad con cuanto sea espiritual, y que a base de ese conocimiento, sepa encontrar también el camino de sus deberes de ciudadano.”
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Acerca del Estado, que conforma una de las “tres potencias” en que se ejerce el poder en la historia, junto a la religión y la cultura, señala que los orígenes del Estado son oscuros, pero que “el poder-privilegio delegado en el Estado- es en sí maligno” (cita sentencia de Schlosser), como lo demuestra el uso que dieron Luis XIV o Napoleón (ejemplos válidos se multiplicarían en el siglo XX, pero no corresponden a su tiempo). Recuerda por ejemplo la emergencia entre estos usos el de la teoría elaborada por Federico II de “las existencias injustificadas” y puesta en práctica en la primera guerra de Silesia.
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Respecto a las exacciones en nombre del poder del Estado, dice: “El hecho de que lo arrebatado llega a amalgamarse a fuerza del tiempo con el que lo roba, no exime normalmente de culpa al ladrón, pues las buenas consecuencias (que azarosamente se pudieran dar) jamás justifican las malas conductas.”
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Al tratar el tema de las crisis que derivan en despotismo, explica: ”El despotismo que sigue  a las crisis representa ante todo el restablecimiento de un régimen de ordenes racionales y de sumisa obediencia. Este régimen no descansa tanto en el reconocimiento directo de la propia  incapacidad para gobernar como en el pánico que produce la dominación ya experimentada del primero que llega, del menos escrupuloso y del más violento. No se aspira a la abdicación propia como a la de un puñado de usurpadores.”
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También considera que….”Las crisis deben siempre ser consideradas como nuevos nudos en el proceso de desarrollo”……”Todos los desarrollos espirituales, lo mismo en el individuo que en las colectividades, proceden por golpes y saltos.”.
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“Las crisis sirven para barrer toda una serie de formas de vida de la que la vida ha huido hace ya mucho tiempo y que de otro modo, consagradas como están por un derecho histórico, jamás habrían podido borrarse del mundo. También ayudan a barrer con esos verdaderos pseudo organismos que jamás han tenido derecho a la existencia y que sin embargo con el transcurso del tiempo han conseguido arraigar en medio de las manifestaciones generales de la vida, engendrando, además, en gran parte, la predilección por todo lo mediocre y el odio a lo extraordinario. Finalmente, las crisis acaban con ese miedo desproporcionado a las “perturbaciones”, y hacen surgir individuos optimistas y fuertes.”
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También habla de las falsas crisis modernas, que acontece cuando se adormecen o excitan las convicciones y se falsean por la agitación artificial de los medios; son falsificaciones, crisis aparentes, que derivan una vez acontecidas en algo totalmente diferente, también, opuesto a lo esperado. Esto porque lo que había de  más real era una fuerza latente subterránea que emergió gatillada por la crisis de otro fuero. Así sucedió con la crisis de 1848 en Francia, donde la revolución republicana debió ceder  ante la potente pugnacidad del lucro y el capital, cuya magnitud no se había calibrado bien.
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Finalmente, anticipa la gran crisis que debe sobrevenir producto de que ya no está el poder de la autoridad divina para reponer la institucionalidad; lo que se da en las democracias modernas es una fragilidad e inestabilidad institucional soportada en frágiles poderes, como es la ciudadanía, el voto igualitario. “Y de aquí será que irradie en su día la gran crisis contra el genio del lucro de nuestro tiempo.”   

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