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lunes, 14 de septiembre de 2015

COMENTARIO-IGLESIA-LATORRE-KRADIARIO

DIOS PUESTO A PRUEBA

Por Hugo Latorre Fuenzalida


Sabido es la leyenda  de las pruebas de la fe entre un cristiano, un musulmán y un judío, donde el judío decide adoptar la religión cristiana porque indudablemente ninguna iglesia podría permanecer, como ha permanecido la católica, con la cantidad de pecados cometidos, si no tuviera ciertamente el beneplácito,  la preferencia y la protección de Dios.

Lo que ha acontecido con la Iglesia Católica desde Juan Pablo II para acá, es ciertamente una prueba irrefutable de la protección a ultranza del Dios que profesan, porque han hecho de todo para tener el expediente requerido para ser expulsados   de los países, de los templos y de Roma.

Pero siguen vivitos y con muchas ínfulas; claro que con menos fieles, y muchos de los que permanecen lo hacen con enojo. Claro que en todas las religiones hay mucho elemento perverso, que profesan una falsa fe, pues ni piensan ni sienten, sólo reverencian y se acogen al ritual. De doctrina no saben ni el abc; de teología,  ni el título. Son los creyentes por tradición  cultural, cuando no por perversión; es decir esconden su maldad en un paraguas de buena sombra.

Según enseña el texto bíblico, Dios vigila siempre a su pueblo; claro que no interviene de buenas a primeras; normalmente espera que el pecador se reivindique; si no lo hace y es pecador pertinaz, acumulará una deuda con su Dios que cuando llega el día de cobrarla le sucede como a Sodoma: se paga un alto precio en destrucción y muerte. Así pareciera que enseña la sagrada historia. No hay perdonazos ni reclusión domiciliaria, ni cárcel Cordillera ni Punta Peuco.
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No es que uno critique el que la Iglesia Católica haya puesto en su lugar a la “teología de la liberación”. Soy de los que piensa que la Iglesia debe elaborar posiciones en torno a los pobres y explotados; pienso que la teoría de Marx podía acercar material e instrumentos para abordar esos males desde la fe, pero otra cosa es el coqueteo y dependencia que los curas de entonces hicieron con el marxismo militante, cuya inclinación a las tiranías era evidente en todo lugar donde alcanzaron el poder. Lo que se amputaba en la derecha se entregaba a la izquierda, con consecuencias igualmente deplorables para el espíritu cristiano de liberación integral.

Claro que esta Iglesia Católica parece haber perdido al sofrosyne y camina a bandazos, pues ahora puso a conducir esta santa institución a prelados que más saben de cuentas bancarias que de cuentas del rosario. La extrema derecha purpurada del mundo ha ingresado a dirigir una Iglesia que merecía correcciones, es cierto, pero no que lucifer metiera su cola de manera tan descarada, artera y nefanda.

Si el Dante viviera, tendría los círculos del infierno tan abarrotados de personajes con tonsura como el metro de Santiago a las 6 PM., es decir, colapsando los accesos.

Cuando se escriba la historia de la Iglesia Católica, en un buen tiempo más, tendrán que robarse varias páginas del manuscrito, para hacer desaparecer lo que acontece desde el último tercio del siglo XX hasta estos días. De esa borradura podrán hacer películas de intrigas, con títulos en latín. Pero deberán desaparecer por impresentables. Pocos se animarían a ingresar de fieles a una Iglesia con esa calidad de gente, pues lo mínimo que hace un ser normal y medianamente decente es evitar las malas compañías.

Si uno mira la conducta de los clérigos de hoy, daría para pensar que son unos “rebeldes metafísicos”, algo así como unos Marqués de Sade, quien culpaba a Dios de sus degeneraciones, pues El era el creador de todo, y  le hizo con esas pifias, ante lo cual el hombre se inclina como un siervo: Ahora el pecado no es del hombre, sino de Dios, por eso son rebeldes, pues cambian el sentido y dirección de la culpa. Digo esto pues el rebelde metafísico no experimenta ningún arrepentimiento y es pertinaz en sus males y en su desafío, cosa que claramente vemos en la postura de tantos curas de nuestro tiempo. Rasgan vestiduras porque los sorprenden en sus pecados, pero no tienen la grandeza de pedir perdón y menos de rectificar.
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Más bien sufren el síndrome del sitiado, se refugian en el poder secular de la Iglesia y desde ahí gruñen al poder civil que aún les teme. Pero no se reconocen pecadores, (“El que esté libre de pecado……”) Ellos saben  sólo arrojar piedras, pero nunca se les enseñó a recibirlas; ellos saben quemar en las piras, pero no les gusta la sensación del fuego justiciero en sus propias carnes.
En fin, creo que esta generación de creyentes está poniendo a prueba la paciencia de su propio Dios.

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