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miércoles, 22 de abril de 2015

COLUMNA-OPINIÓN DEL EDITOR-KRADIARIO

LA CREDIBILIDAD

Por Walter Krohne

La crisis política en Chile está centrada en una falta grave y enfermiza de credibilidad. Ya casi nadie le cree a su vecino, por decirlo más claramente. Los políticos están en su peor momento, bajando semana a semana en las  encuestas y con altos niveles de rechazo. La Presidenta es un ejemplo claro de ello  ubicándose en la última  encuesta Cadem esta semana,  con un 29 por ciento de aprobación y un rechazo que llega al 61 por ciento,  cuando hace un año pasaba con creces el 50 por ciento de aprobación.
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La “adoración” mayoritaria  de la ciudadanía por la Presidenta, manifestada en marzo de 2014, se está esfumando y hoy está ya casi por el suelo. Todo esto tiene un nombre: Falta de credibilidad. Este mal es el peor obstáculo que puede acompañar a una Presidenta o Presidente de la República, especialmente cuando una gran parte de los habitantes deja de creer en su liderazgo y, lo peor es que esta “enfermedad desde el punto de vista sociológico", no desaparece fácilmente y lo más probable es que la acompañe durante todo su mandato.

La credibilidad es la capacidad que tiene un mensaje de ser creído o la capacidad que tiene una persona de  parecer autentica, honrada y digna de confianza. Es justamente lo que no está ocurriendo en Chile.

Tras el caso Caval que reveló  el negocio de su hijo y su esposa Natalia Compagnon, la Presidenta, en conferencias de prensa, ha tratado de volver atrás explicando lo inexplicable, mal aconsejada y guiada por una desastrosa política comunicacional. Son pocos lo que realmente le creen que ella, mientras vacacionaba en el lago Caburgua, en una de sus casas de descanso, se enteró por la prensa  de la compra de terrenos en Machalí, que a su nuera e hijo le reportarían a  través de la firma Caval  un 22% de ganancia o más, mientras vacacionaba en el lago Caburgua, en una de sus casas de descanso. Tampoco le creen a su hijo Sebastián Dávalo que en su declaración ante la Fiscalía declaró que él no sabía nada de nada.
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Igualmente nadie le cree al dirigente histórico de la UDI Jovino Novoa que él, como recaudador de fondos para la campaña electoral de 2013 no hubiese pedido a sus cercanos y contactos boletas falsas, desmintiendo ayer el reconocimiento que hizo ante la Fiscalía  la ex periodista de la UDI  Lily Zuñiga de haberle solicitado dos de estos documentos a SQM sin ninguna prestación y de inducirla en la práctica a cometer un delito.

Tampoco nadie le cree al flamante presidente de la DC Jorge Pizarro de no estar vinculado o haber sido al menos salpicado con boletas falsas que emitieron sus hijos en el marco de una empresa de comunicaciones.
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¿Quién le cree a Iván Moreira cuando dice que en este escándalo está libre de polvo y paja? ¿o a la también senadora Ena von Baer?
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El escándalo ha llegado con la rapidez de un rayo al Palacio de La Moneda donde ya hay al menos cinco altos funcionarios que aparecen en una lista de sospechosos, entre ellos el mismo ministro del Interior, Rodrigo Peñailillo, quien no se ha mostrado dispuesto  a mostrar los trabajos que habría realizado para la empresa Asesorías y Negocios SPA (AyN) de propiedad del geógrafo Giorgio Martelli, un operador  político y recaudador de dineros para campañas electorales que habría trabajado en el comando de Bachelet en las dos campañas presidenciales (2005 y 2013). Por lo menos las cuatro boletas que él emitió en 2012 destinadas a SQM están en poder del Servicio de Impuestos Internos, aunque los trabajos o estudios que dice haber escrito para dicha firma fueron temas no vinculantes directamente a las actividades propias de AyN, como cuestiones económicas y relativas a políticas europeas.
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La  Presidenta  Bachelet declaró ayer que conocía a Martelli y que había trabajado donde él también fue funcionario, como el Ministerio de Salud y la Asociación Chilena de Municipalidades, pero en la campaña de 2013 “yo no sé qué rol exacto jugó Giorgio Martelli, yo no me veía con él, no tuve ninguna reunión con él, pero entiendo que colaboró en la campaña", añadió la jefa de Estado.  Esta versión tampoco aparece ciento por ciento creíble porque hay que destacar que Martelli como conocido recaudador de dinero en el ambiente político era una pieza clave del comando y ella, como candidata, tendría que haber sabido como funcionaba la campaña, especialmente en el aspecto financiero. 
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Si seguimos avanzando en la lista de declaraciones y contradeclaraciones vamos a llegar a un desastroso escenario de que nada es creíble ni menos el reciente nombramiento oficial del jefe de Impuestos Internos, Michel Jorratt, quien aparece con tres contratos con la firma de Martelli con un pago mensual de $1.111.111 para elaborar informes en materia tributaria. Es el mismo caso que afecta a Rodrigo Peñailillo, quien, como lo hizo Jorratt, reconocio haber realizado asesorías para Martelli emitiendo boletas por 16 millones de pesos a la firma AyN.
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Ambos han dichos que no hubo irregularidades ni desvíos de dineros a campañas detrás de las asesorías prestadas. Con todo lo que ha ocurrido ¿pueden estas versiones ser creíbles? Lo mismo decían las diez personas imputadas y procesadas  por delitos similares y que al principio muchos creían sus versiones, pero hoy siguen privados de libertad.
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La confianza en los líderes políticos parece haber tocado fondo. Las encuestas no muestran datos halagüeños,  menos para los partidos. Los constantes casos de corrupción, las promesas incumplidas y priorizar aspectos que la sociedad no considera primordiales hacen mella en la confianza ciudadana. Urge, pues, que la clase política tome nota y recupere esa credibilidad perdida. El ejemplo en Chile es claro: Desde un comienzo Bachelet ha hablado de terminar con la desigualdad, pero lo que estamos viendo con esta ola de corrupción es precisamente lo contrario.
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La credibilidad se compone de dos dimensiones principales: confianza y grado de conocimiento. Va de la mano de la verdad, de manera que una persona o fuente poseerá un mayor grado de credibilidad si no se ha visto involucrada en episodios en que se haya puesto en evidencia o se sospeche que ha mentido. A medida que se producen sospechas sobre su honestidad, la credibilidad disminuye paulatinamente; también frente a dudas sobre la honestidad o acumulación de errores en la difusión de información o de incongruencias en la difusión de opiniones o interpretaciones.
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Bachelet en su última conferencia de prensa esta semana, con periodistas nacionales, declaró que "habíamos pasado, de un minuto a otro,  de un país maravilloso a ser lo peor", asunto "que me preocupa de verdad", porque "es obvio que yo nunca más seré candidata a nada con cargo de representación popular en política, pero la verdad es que me preocupa mi país".
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No deja de ser preocupante, porque todos vamos en la misma barca, pero ¿quién o quiénes son los directos responsables de todo lo que está ocurriendo? Son los mismos canales del Gobierno y los políticos que no han sabido explicar con claridad lo que sucede, sin tampoco tomar oportunamente las medidas adecuadas con la firmeza y el liderazgo que en estos casos se requiere, a pesar  que ya han pasado siete meses desde que explotó la crisis.
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Hoy, el ciudadano común que gana $250.000 o menos, escucha una danza de millones que perciben o "han robado" personas que están en las esferas del poder, causándole una gran indignación. Esta frustración se origina precisamente en la existencia de otros ciudadanos que sin hacer mayor esfuerzo y aprovechándose de la política, se convierten en millonarios, mientras la clase media, los trabajadores y los pobres deben enfrentar todos los días decenas de obstáculos y barreras para llegar a sus trabajos, financiar a sus familias, pagar la medicina y educar y desarrollar a sus hijos. Estas víctimas del sistema, que no tienen ninguna perspectiva a corto plazo, son las que han agotado el carisma y el capital político de la señora Bachelet.

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