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viernes, 20 de marzo de 2015

BRASIL-PT-KRADIARIO

BRASIL: ¿QUÉ SE ESCONDE DETRÁS DEL ODIO DEL PT?
Por Leonardo Boff

UNO

Hay un hecho espantoso aunque analíticamente explicable: el aumento del odio y de la rabia contra el PT (Partido de los trabajadores). Este hecho viene a revelar el otro lado de la “cordialidad” del brasileño, propuesta por Sérgio Buarque de Holanda: del mismo corazón que nace la acogida cálida viene también el rechazo más violento. Ambos son “cordiales”: las dos caras pasionales del brasileño.
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Ese odio está inducido por los medios de comunicación conservadores y por aquellos que en las elecciones no respetaron el rito democrático: se gana o se pierde. Quien pierde reconoce elegantemente la derrota y quien gana muestra magnanimidad con el derrotado. Pero este comportamiento civilizado no fue el que triunfó. Por el contrario: los derrotados procuran por todos los modos deslegitimar la victoria y garantizar un cambio de política que atienda su proyecto, rechazado por la mayoría de los electores.
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Para entenderlo, nada mejor que visitar al destacado historiador José Honório Rodrigues, que en su clásico Conciliação e Reforma no Brasil (1965) dice con palabras que parecen actuales:
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«Los liberales en el imperio, derrotados en las urnas y alejados del poder, además de indignados se fueron volviendo intolerantes; construyeron una concepción conspiratoria de la historia que consideraba indispensable la intervención del odio, de la intriga, de la impiedad, del resentimiento, de la intolerancia, de la intransigencia, de la indignación para el éxito inesperado e imprevisto de sus fuerzas minoritarias» (p. 11).
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Esos grupos prolongan las viejas elites que desde la Colonia hasta hoy nunca cambiaron su ethos. En las palabras del referido autor: «la mayoría fue siempre alienada, antinacional y no contemporánea; nunca se reconcilió con el pueblo; negó sus derechos, arrasó sus vidas y cuando le vio crecer le negó poco a poco su aprobación, conspiró para colocarlo de nuevo en la periferia, lugar al que sigue creyendo que pertenece» (p.14 y 15). Hoy las élites económicas abominan del pueblo. Sólo lo aceptan fantaseado en el carnaval.
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Lamentablemente no les pasa por la cabeza que «las mayores construcciones son fruto del mestizaje racial, que creaba un tipo adaptado al país, el mestizaje cultural que creaba una síntesis nueva; la tolerancia racial que evitó desencaminar los caminos; la tolerancia religiosa que imposibilitó o dificultó las persecuciones de la Inquisición; la expansión territorial, obra de mamelucos, pues el propio Domingos Jorge Velho, invasor que incorporó el Piaui, no hablaba portugués; la integración psicosocial por el irrespeto a los prejuicios y por la creación del sentimiento de solidaridad nacional; la integridad territorial; la unidad de lengua y finalmente la opulencia y la riqueza de Brasil que son fruto del trabajo del pueblo. 
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Y qué hicieron los líderes coloniales posteriores? No dieron al pueblo ni siquiera los beneficios de la salud y la educación» (p. 31-32).
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¿A qué vienen estas citas? Ellas refuerzan un hecho histórico innegable: con el PT, esos que eran considerados carbón en el proceso productivo (Darcy Ribeiro), la ralea social, consiguieron en una penosa trayectoria organizarse como poder social que se transformó en poder político en el PT y conquistar el Estado con sus aparatos. Apearon del poder a las clases dominantes; no se dio simplemente una alternancia de poder sino un cambio de clase social, base para otro tipo de política. Tal saga equivale a una auténtica revolución social.
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Eso es intolerable para las clases poderosas que se acostumbraron a hacer del Estado su lugar natural y a apropiarse privadamente de los bienes públicos mediante el famoso patrimonialismo, denunciado por Raymundo Faoro.
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Por todos los medios y artimañas quieren también hoy volver a ocupar ese lugar que juzgan de derecho suyo. Seguramente han empezado a darse cuenta de que tal vez nunca más tendrán condiciones históricas para rehacer su proyecto de dominación/conciliación. Otro tipo de historia política dará, finalmente, a Brasil un destino diferente.
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Para ellos, el camino de las urnas se ha vuelto inseguro gracias al nivel crítico alcanzado por amplios estratos del pueblo que rechazó su proyecto político de alineación neoliberal al proceso de globalización, como socios dependientes y agregados. El camino militar es hoy imposible, dado el cambio del marco. Elucubran con la esdrújula posibilidad de la judicialización de la política, contando con aliados en la Corte Suprema que nutren semejante odio al PT y sienten el mismo desdén por el pueblo.
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A través de este expediente, podrían lograr el impeachment de la primera mandataria de la nación. Es un camino conflictivo pues la articulación nacional de los movimientos sociales haría este intento arriesgado y tal vez inviable.
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El odio contra el PT es menos contra el PT que contra el pueblo pobre que gracias al PT y a sus políticas sociales de inclusión ha sido sacado del infierno de la pobreza y del hambre y está ocupando los lugares antes reservados a las élites acomodadas. Estas piensan en hacer solo caridad, donar cosas, pero nunca en hacer justicia social.
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Me anticipo a los críticos y a los moralistas: ¿pero el PT no se corrompió? Vea el mensalón, vea Petrobrás. No defiendo a corruptos. Reconozco, lamento y rechazo los malos manejos hechos por un puñado de dirigentes. Traicionaron principalmente a más de un millón de afiliados y echaron a perder los ideales de la ética y de la transparencia.  Pero en las bases y en los municipios –puedo dar testimonio de ello– se vive otro modo de hacer política, con participación popular, mostrando que un sueño tan generoso, el de un Brasil menos malvado, no se mata así tan fácilmente. Las clases dirigentes, durante 500 años, en palabras fuertes de Capistrano de Abreu, «castraron y recastraron, caparon y recaparon» al pueblo brasilero. ¿Hay mayor corrupción histórica que ésta? Volveremos al tema.

DOS
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El odio diseminado en la sociedad y en los medios de comunicación social no es tanto odio al PT, sino a aquello que el PT propició para las grandes mayorías marginadas y empobrecidas de nuestro país: su inclusión social y la recuperación de su dignidad.
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No son pocos los beneficiados con los proyectos sociales que declaran: «me siento orgulloso, no porque ahora puedo comer mejor y viajar en avión, cosa que antes no podía hacer, sino porque ahora he recuperado mi dignidad». Ese es el más alto valor político y moral que un gobierno puede presentar: no solo garantizar la vida del pueblo, sino hacerle sentirse digno, participante de la sociedad.
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Ningún gobierno anterior en nuestra historia consiguió esta hazaña memorable. No había condiciones para realizarla porque nunca hubo interés en hacer de las masas explotadas de indígenas, esclavos y colonos pobres, un pueblo consciente y actuante en la construcción de un proyecto-Brasil. Lo importante era mantener la masa como masa, sin posibilidad de salir de la condición de masa, pues así no podría amenazar el poder de las clases dominantes, conservadoras y altamente insensibles a los padecimientos del prójimo. Esas élites no aman a la masa empobrecida, pero tienen pavor de un pueblo que piensa.
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Para conocer esta anti-historia aconsejo a los políticos, a los investigadores y a los lectores que lean el estudio más minucioso que conozco: La política de conciliación: historia cruenta e incruenta, un largo capítulo de 88 páginas del clásico Conciliação e reforma no Brasil de José Honório Rodrigues (1965 pp. 23-111). En él se narra cómo la dominación de clase en Brasil, desde Mende de Sá hasta los tiempos modernos, fue extremadamente violenta y sanguinaria, con muchos fusilamientos y ahorcamientos y hasta guerras oficiales de exterminio dirigidas contra tribus indígenas, como contra los botocudos en 1808.
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También sería falso pensar que las víctimas tuvieron un comportamiento conformista. Al contrario, reaccionaron también con violencia. Fue la masa indígena y negra, mestiza y cabocla la que más luchó y fue cruelmente reprimida, sin ninguna piedad cristiana. Nuestro suelo quedó empapado de sangre.
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Las minorías ricas y dominantes elaboraron una estrategia de conciliación entre sí, por encima de la cabeza del pueblo y contra el pueblo, para mantener la dominación. La estratagema fue siempre la misma. Como escribió Marcel Burstztyn (O pais da alianças: as elites e o continuismo no Brasil, 1990): «el juego nunca cambió; apenas se barajaron de otra manera las cartas de la misma y única baraja».
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Fue a partir de la política colonial, continuada hasta fecha reciente, cuando se lanzaron las bases estructurales de la exclusión en Brasil, como lo han reflejado grandes historiadores, especialmente Simon Schwartzman con su Bases do autoritarismo brasileiro (1982) y Darcy Ribeiro con su grandioso O povo brasileiro (1995).
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Existe, pues, con raíces profundas, un desprecio hacia el pueblo, nos guste o no. Ese desprecio alcanza al nordestino, tenido por ignorante (cuando a mi modo de ver es extremadamente inteligente, vean sus escritores y artistas), a los afrodescendientes, a los pobres económicos en general, a los moradores de favelas (comunidades), y a aquellos que tienen otra opción sexual.
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Pero gracias a las políticas sociales del PT irrumpió un cambio profundo: los que no eran comenzaron a ser. Pudieron comprar sus casas, su cochecito, entraron en los centros comerciales, viajaron en avión en gran número, tuvieron acceso a bienes antes exclusivos de las élites económicas.

Según el investigador Márcio Pochmann en su Atlas da Desigualdade social no Brasil: el 45% de todo el ingreso y la riqueza nacionales se lo apropian solamente 5 mil familias extensas. Estas son nuestras élites. Viven de rentas y de la especulación financiera, por lo tanto, ganan dinero sin trabajo. Poco o nada invierten en la producción para fomentar un desarrollo necesario y sostenible.
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Ven, temerosas, la ascensión de las clases populares y de su poder. Estas invaden sus lugares exclusivos. En el fondo, comienza a haber una pequeña democratización de los espacios.
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Esas élites han formado actualmente un bloque histórico cuya base está formada por los grandes medios de comunicación empresariales, periódicos, canales de radio y de televisión, altamente censuradores del pueblo, pues le ocultan hechos importantes, banqueros, empresarios centrados en los beneficios, poco importa la destrucción de la naturaleza, e ideólogos (no son intelectuales) especializados en criticar todo lo que ven del gobierno del PT y en proporcionar superficialidades intelectuales en defensa del statu quo.
Esta constelación anti-popular y hasta anti-Brasil suscita, nutre y difunde odio al PT como expresión del odio contra aquellos que Jesús llamó “mis hermanos y hermanas menores”.
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Como teólogo me pregunto angustiado: en su gran mayoría esas élites son de cristianos y de católicos. ¿Cómo combinan esta práctica perversa con el mensaje de Jesús? ¿Qué es lo que enseñan las muchas universidades católicas y los cientos de escuelas cristianas para permitir que surja ese movimiento blasfemo, pues alcanza al propio Dios que es amor y compasión y que tomó partido por los que gritan por vida y por justicia?
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Pero entiendo, pues para ellas vale el dicho español: entre Dios y el dinero, lo segundo es lo primero. Infelizmente.

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