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lunes, 8 de diciembre de 2014

DOCUMENTACIÓN ESPECIAL DE FIN DE SEMANA 


CARLOS PEÑA VERSUS ROBERTO AMPUERO

Todo comenzó con una columna del académico y Rector de la Universidad Diego Portales, Carlos Peña, quien comentó el discurso pronunciado por Roberto Ampuero en la ENADE 2014, en que el escritor planteó una dura crítica al totalitarismo y  definió la situación chilena como oscura y peligrosa, especialmente por no tener una clara hoja de navegación y por la izquierdización de la balanza política. .

Ampuero respondió a Peña con cierta ofuscación ayer domingo, también en El Mercurio y hoy el  académico vuelve a la carga con una dura contarespuesta.

Discurso de Roberto Ampuero en ENADE 2014,  el 27 de noviembre en Casa Piedra
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Amigas, amigos: Supongo que muchos de ustedes recuerdan a un magnífico  percusionista británico, dueño de una voz inconfundible, fundador de la legendaria banda GENESIS: Phil Collins.Phil Collins compuso  numerosas canciones de gran factura, pero en 1979 creó una particularmente notable, que hizo historia: IN THE AIR TONIGHT. ¿La  recuerdan?

La menciono porque estoy convencido de que su letra refleja el estado anímico por el que atraviesa el país. Porque Chile, más que “un  paisaje”, como lo define Nicanor Parra, o “una loca geografía”, como lo describe Benjamín Subercaseaux, es un estado de ánimo. Sí, a mi  juicio Chile es fundamentalmente un estado de ánimo. Un estado de ánimo cambiante, desde luego.
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Aquellos que conocen la letra de IN THE AIR TONIGHT, recuerdan que ella hace alusión a una amenaza que acecha desde lo desconocidoLa canción habla de  resentimientos y ajustes de cuentas y sugiere la existencia de personas enigmáticas. La canción también hace referencia a
la desconfianza que corroe sociedades.
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Amigos: creo que todos, tal como Phil Collins en esa estremecedora  composición, todos, sentimos que algo impreciso, nocivo y destructivo para el país se está incubando en el aire de la noche chilena. Percibo algo ominoso, como un pájaro de mal agüero, que levita sobre nuestras  cabezas, que proyecta sombras, y nos separa y divide. Se trata de algo que asfixia nuestra capacidad de diálogo y entendimiento nacional, y nos arrastra a un inquietante vendaval de descalificaciones, al lenguaje soez, la tensión, la soberbia, la intolerancia y el  resentimiento.

Quiero decirlo con claridad: no me gusta nada y me inquieta mucho este  incipiente clima de odios que comienza a envolver a Chile. No  olvidemos que los chilenos tenemos la mecha corta para discutir y que el país carece de la quilla profunda que garantiza estabilidad en  medio de la tormenta. Contamos con un agravante: muchos ya conocimos, hace más de cuatro  décadas, una etapa semejante, un crepúsculo que comenzó de forma  imperceptible como ahora, y desembocó en la pesada noche de una tragedia nacional y, posteriormente, en un extenuante proceso de reconciliación nacional, a un inconcluso, una tragedia cuyas heridas aún no cicatrizan y que algunos –apoltronados en el cálculo político mezquino- se empeñan en reabrir y exponer.

 Lo digo derechamente: el clima de crispación, polarización y violencia verbal que vivimos hoy nos impide ver el presente y soñar un futuro  conjunto con nitidez y de modo objetivo, y se asemeja en exceso a un  deja vu para mi generación. Sí, amigas y amigos, esto de vivir bajo un  gobierno elegido democráticamente que se plantea reformular  estructuralmente el país yo ya lo viví cuando tenía 18 años. Algo así  ya lo experimenté en mi juventud. Yo ya viví un proceso parecido:  vertiginoso, irreversible, efervescente, con banderas y consignas al  viento, donde una minoría aspiró a construir un Chile nuevo en nombre  del “pueblo” y a partir de un programa de 80 medidas sacrosantas, que
 constituían una suerte de verdad revelada.

Al cabo de un tiempo, el proceso se escapó de las manos de líderes  experimentados, nutrió pasiones fratricidas, contagió de ideología  todas las esferas de la vida nacional y nos convirtió en un país donde  ya ni nos pudimos reconocer como conciudadanos. La economía cayó en  picada, la inflación galopó, creció el desempleo, se agudizaron las  tensiones sociales, triunfó el caos, y Chile se volvió un trompo  cucarro. El resto, es historia conocida.

Amigos: quiero reiterar con claridad: a los 60 no estoy disponible  para algo que se me parece mucho a los comienzos del naufragio  nacional que sufrí a los  20. Y no estar disponible significa que me  opongo a esta política refundacional, que ya vi cuándo y cómo se  inició, pero que nadie sabe cuándo y cómo termina. Me resulta riesgosa  la obsesión de políticos que gobernaron y celebraron a Chile entre  1990 y 2010 pero que hoy ambicionan establecer un punto cero para un  nuevo arranque del país, que se proponen inaugurar una nueva era, que  aspiran hallar la página en blanco donde escribir su gran epopeya  personal, la que ignora los capítulos escritos por generaciones  anteriores, incluso los esbozados con la misma pluma por partidos que  hoy conforman el gobierno. Es perjudicial que Chile, atormentado por  la incertidumbre, la improvisación, la polarización y un inexplicable  sentido de urgencia extrema, traspase el punto de no retorno con la  carga mal estibada y pilotos que, mientras discuten sobre el rumbo,  imprimen velocidades diferentes a sus respectivas turbinas.
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 La situación es delicada porque ningún país tiene el futuro asegurado.  Ninguno. Y esto se los recuerda alguien que no es –o no se siente- muy viejo,  pero que vivió y recorrió países que ya no existen, países que se  construyeron inspirados en seductoras teorías que se proponían  materializar ideales de igualdad y justicia en nombre de la historia y  una Weltanschauung cuya meta era alcanzar un sueño que devino  pesadilla. Yo viví o conocí países que ya no existen:  República Democrática Alemana, Checoslovaquia, Yugoslavia, la Unión  Soviética y conocí ciudades que cambiaron de  nombre: Karl-Marx-Stadt, Wilhelm-Pieck-Stadt-Guben o Leningrado yo  residí o visité a amigos que vivían en calles, como Strasse der  Befreiung o Georg-Dimitrov-Ring, cuyos nombres barrió la historia y  estudié en una Universidad que hasta 1990 se llamaba Karl-Marx, y que  hoy exhibe otro nombre, diversidad ideológica y libertad de cátedra.
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 A veces conviene repetir verdades que son de Perogrullo, pues las  tendemos a olvidar: los países –al igual que las  personas- no tienen el futuro asegurado. El futuro de un país no  cuenta con un pasaje de asiento numerado y un destino cierto, sino que  se define día a día por el modo en que sus habitantes interpretan su  pasado, resuelven los desafíos del presente, trazan la convivencia  cotidiana y sueñan un futuro común. Recordar eso puede ayudarnos a  mostrarnos más prudentes, moderados, tolerantes, modestos y  conciliadores, más generosos a la hora de renunciar a nuestras metas  máximas, puede conducirnos a valorar el consenso y a no estirar  demasiado el elástico nacional.

Conviene recordar que sólo hay un Chile, y es este, en donde estamos  todos y contamos todos, y nadie sobra.  Conviene recordar que no llevamos un Chile de repuesto en el maletero  de la nación, que nadie puede creerse dueño de la verdad, que lo  crucial es mostrar disposición a negociar, a rectificar a tiempo y a   buscar el dorado punto medio con el adversario, y que todo eso puede  ayudarnos a construir un país mejor, porque el que tenemos es bueno  pero imperfecto y adolece de déficits que juntos debemos subsanar.  Pero me temo que si olvidamos las circunstancias esenciales de la  democracia e insistimos en seguir piloteando la nave como hasta ahora,
 ingresaremos en una zona de turbulencias de efectos impredecibles.
  
 Como país debemos construir sobre lo que otros ya construyeron y  legitimaron. Urge retornar to the basics: Hay que ser capaz de  reconocer lo bueno que hizo el antecesor, sin importar si comparte o
 no mis colores políticos. Nada más pernicioso para un país que el  síndrome de Cristóbal  Colón: esa convicción de que la historia comienza cuando yo llego.

¿Por qué atravesamos como país estas circunstancias que nos asombran a  nosotros y a muchos en el extranjero? ¿Por qué, si hemos hecho las  cosas bastante bien, tuvimos una transición democrática ejemplar, hemos sido responsables en lo económico y hemos progresado como pocos  en la reducción de la pobreza, y despertamos admiración entre vecinos?  Hay razones económicas, políticas y sociales para ello, que algunos  reducen a la tensión entre libertad e igualdad, pero no son las  únicas. Debido al escaso tiempo de que dispongo, dirigiré la mirada  hacia una dimensión que se vincula con el ámbito de las ideas, la  historia reciente y la cultura entendida como el clima en que  habitamos:


¿Por qué hemos caído en el estado de crispación, polarización y  postración de hoy? ¿Por qué sólo laselección de fútbol, la Teletón y  los terremotos nos unen? ¿Por qué la izquierda, que sufrió hace 25 años una debacle espantosa con la caída del Muro de Berlín, pasó en Chile tan rápido a la ofensiva deológica, y sin embargo las fuerzas  que se identifican con el mercado y la libertad, que posibilitaron prosperidad y desarrollo en estos decenios, están hoy a la defensiva?¿Por qué de pronto tanto político anuncia que nos falta solo un minuto para que estalle el Apocalipsis social, y que si no implementamos los cambios que ellos postulan y no enmendamos el rumbo, nos aguarda el naufragio nacional? ¿Y por qué vuelven a flotar hoy en Chile tantas ideas que en otros países duermen en el baúl de los recuerdos? Hay razones económicas y sociales para esto, pero también  cultural-ideológicas, y permítanme reflexionar sobre algunas de estas  últimas. Abordaré tres:

LA PRIMERA: como país aún no logramos extraer las lecciones esenciales  sobre nuestra historia reciente ni logramos reconstruir ni asumir esa historia en forma integral y realista.

 En este sentido cabe preguntarse cuál fue la conclusión central que  nos dejó el período entre 1970 y 1990. Y al hacerlo, comprobamos que existe una convicción transversal que proclama el imprescindible  “¡Nunca más!”a la violación de derechos humanos en el país. Lo  consideramos justo y esencial para que no se repita una dictadura ni  se violen aquí los derechos humanos. Esa convicción, mayoritaria,  inspira hoy hasta la formación de los jóvenes.

 El año pasado, con motivo del 40 aniversario del derrocamiento de  Salvador Allende, recalcaron esta convicción mesas redondas, ensayos,  films, documentales, telenovelas, discursos políticos, en fin, un  entramado complejo, estructurado principalmente por la izquierda, que  permitió consolidar que nunca más ocurra algo así en Chile. Pocos  justifican hoy las acciones de la dictadura en el campo de los  derechos humanos. Justificarlas tiene a estas alturas un precio
elevado para cualquier político.  Esto contribuye a crear un piso político, ideológico y ético mínimo, y  compartido en el país.

Sin embargo, a mi juicio, esta es sólo una parte de la lección que  debemos extraer de la historia. La parte que olvidamos es precisamente  la que hoy nos pasa la cuenta como sociedad. Porque si usted no asume  la historia, ella regresa y lo asalta en un recodo del camino y le  pasa la factura como individuo o como país. Me explico: si bien nos  concentramos en el “nunca más” en materia de derechos humanos,  olvidamos algo igualmente esencial y que fue una de las causas que  posibilitó la noche oscura en el Chile de los setenta: el clima de  odios, polarización, división y peligro de guerra civil que campeó  aquí entre 1970 y 1973 debido a un gobierno que se propuso imponer  cambios revolucionarios, avanzar sin transar por un supuesto “mandato  popular”, y cuyo objetivo era erigir un “socialismo con sabor a  empanadas y vino tinto”, en pocas palabras: debido a un gobierno que,
 armado de un programa de fuerte contenido ideológico, añoraba refundar  el país.

Amigas y amigos: esto es una historia de hace 40 años, pero una  historia vigente. Como no la asumimos en profundidad y tampoco la  relatamos a las nuevas generaciones, nos pasa hoy la cuenta:
 rescatamos el imprescindible “nunca más” a la violación de derechos  humanos en Chile, pero ignoramos algo también esencial: el “nunca más”  a quienes desprecian y asfixian el debate democrático, apuestan por  polarizar, descalifican a los que piensan diferente, dividen entre
 buenos y malos chilenos, y hacen de su utopía una meta obligatoria  para todo el país.


 Hoy queda claro: en democracia hay que cuidar los estilos, promover el  debate fundamentado y respetuoso, rechazar las visiones mesiánicas y  redentoras. Hay que rechazar a los iluminados por la historia, a  quienes portan bajo el brazo la panacea para todos los males, o  programas gubernamentales sacrosantos, que devienen dogmas salpicados  de intolerancia.
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 Hay que condenar a quienes recurren a la descalificación en la  discusión política, practican con soberbia el autoritarismo ideológico  y enarbolan una supuesta superioridad moral, que perdieron hace  tiempo. En suma: creo que no aprendimos como nación una lección clave:
 A la libertad y la democracia, antes de liquidarlas con medidas
 políticas, se las liquida con palabras.

SEGUNDA RAZÓN cultural-ideológica: En rigor, tanto la relativa  popularidad en Chile de modelos políticos fracasados como la  idealización del estado constituyen un fenómeno que asombra por su
 carácter refractario al paso del tiempo. En Chile resurgen hoy una  visión estatista de la sociedad, la fe en que el estado es eficiente,  empático, sensible, versátil y capaz de superar en todo -desde la
 planificación y el suministro de servicios  hasta la producción-a los  privados, sean estos pequeños, medianos o grandes.

Esta percepción crítica de los privados también se debe a las  insuficiencias del “modelo”, pero se vincula igualmente con un  acontecimiento de hace 25 años, y del cual aún no tenemos plena
 conciencia como nación.

Invito a pensar en lo siguiente: ¿Por qué en Chile algunos partidos de izquierda pueden felicitar, sin pagar costo político alguno, a la criminal monarquía comunista de Corea del Norte, o solidarizar con los hermanos Castro en sus 55 años en el poder, o simplemente guardar silencio, amparándose en la gratitud, frente a los regímenes  comunistas derribados en 1989 por sus ciudadanos?

Todo esto, que en países serios es políticamente impresentable, es posible hoy en Chile. ¿La causa? Está en el pasado: aquí no analizamos como país el significado profundo del fin del comunismo europeo en  1989. Ese año estuvimos concentrados en un proceso democratizador  paralelo: nuestro regreso a la democracia. Por eso se produjo un lamentable déficit en el examen del tránsito de dictaduras comunistas  a sociedades libres. ¿No es acaso llamativo? Logramos la condena  transversal a la violación de derechos humanos en Chile, pero al mismo  tiempo no causa ruido expresar nostalgia, gratitud y conmiseración en  relación con los totalitarismos de Moscú, Praga o Berlín Este, ni escandaliza manifestar simpatías por el régimen de los Castro o la  dinastía gobernante de Corea del Norte. Estamos pagando la cuenta por tareas que no se hicieron en su momento en el ámbito de las ideas. No había en Chile en 1989 capacidad ideológica para digerir y celebrar en paralelo con el regreso de Chile a la democracia, la gigantesca epopeya de libertad de los pueblos que derribaron el comunismo. Pero no se trató sólo de que no hubiera espacio para abordar ambos escenarios democratizadores: tampoco se articularon fuerzas intelectuales suficientes para proponer  una reflexión nacional profunda sobre el fracaso del comunismo a escala planetaria. Se dio así un déficit cultural que perdura hasta hoy. Por eso en muchos países estos modelos están en el tacho de la  historia, pero en Chile siguen siendo vistos como alternativas inspiradoras que sucumbieron por algunos errores de dirección. Mientras en el mundo reina la convicción de que esos regímenes eran
 inviables política, económica, ética y culturalmente, en Chile sectores de izquierda aún escarban con la pala de la nostalgia entre las ruinas de esos modelos y buscan fragmentos para el mosaico de su  estropeada utopía.

Y llegamos a la TERCERA RAZÓN de tipo cultural-ideológica: esta tiene que ver con el presente y el futuro: Las circunstancias actuales de Chile se deben no sólo a factores económicos y sociales,  que dicen relación con la integración social, el empoderamiento  ciudadano y el país que queremos construir, sino también a factores  culturales.
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Es decir, estamos hoy como estamos porque las personas que discrepan  de la visión estatista o estatizante de la sociedad no han hecho las tareas en el ámbito de las ideas. 
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No se han preocupado de contribuir a la difusión de las ideas que las representan. No las hacen circular ni las proyectan, y las defienden a  media voz, convencidas de que ese ámbito pertenece a la izquierda. Al mismo tiempo estiman que su ámbito es el de los negocios, las leyes o  la administración. Me refiero con esto a conservadores, derechistas, centristas, liberales y demócrata cristianos. A diferencia de quienes creen en una sociedad organizada en torno a un estado fuerte o monopólico, las personas que piensan diferente poco se preocupan de la batalla de las ideas. Piensan que lo suyo son los números, y lo de la izquierda las ideas.
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Estas personas creen además que el crecimiento y el desarrollo, la prosperidad alcanzada por Chile en los últimos decenios y los avances en la lucha contra la pobreza, deben concitar por si solos respaldo  abrumador de la ciudadanía. Tengo pésimas noticias: nadie sale a marchar para celebrar una baja en el desempleo, la compra de una vivienda o un auto nuevo, o las primeras vacaciones en el Caribe o el  ingreso a la universidad como primera generación. Nadie sale a bailar a la calle por estos resultados. Esto no es el fútbol. En la sociedad democrática, las personas saben que eso lo obtuvieron gracias al  esfuerzo propio, y ambicionan más porque así es el ser humano, y es bueno que así sea, y porque las demandas satisfechas crean nuevas demandas y necesidades, más complejas y sofisticadas, nunca  conformismo.

Es así de simple: No se han hecho las tareas en la batalla de las ideas. El adversario, en cambio, inspirado en Antonio Gramsci, sí las hace. A veces empresarios enfatizan que no tienen predilecciones políticas fijas. Sin embargo, eso es válido en etapas de desarrollo normal, cuando se les reconoce a los empresarios, emprendedores e innovadores su aporte y relevancia social, y se les critica para que contribuyan de mejor modo al país. Pero hoy atravesamos circunstancias especiales: el oficialismo considera al empresariado un mal prescindible en caso de contar con un estado fuerte que pueda sustituirlo. Bajo esa convicción, los ataques al empresariado no están dirigidos contra su gestión técnico-gremial sino contra su capital simbólico, su papel, su sentido y posición en la sociedad.

¿Qué significa en este contexto hacer las tareas en el ámbito de las ideas? Varias cosas: Implica reconocer que la legítima batalla de las ideas tiene lugar a diario en toda sociedad y que uno, si cree en sus ideas, debe estudiarlas y contribuir a su difusión. Implica convencerse que el ámbito de las ideas no es coto reservado de la izquierda.
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Implica admitir que quienes creen en el estado como palanca crucial de desarrollo, se dedican con profesionalismo y convicción a su causa redentora, y que en ese sentido educan a sus líderes, actúan en la educación, los medios, las universidades y centros de investigación,  influyen en la sociedad y tratan de instalar sus ideas como sentido  común. Gramsci lo decía: tus ideas han triunfado cuando son interpretadas como “el sentido común” de la sociedad. Esto implica recoger el guante y dar la batalla enarbolando las ideas de libertad, libre mercado, emprendimiento y de una sociedad próspera, socialmente sensible e integradora. De lo contrario, quienes nos oponemos a la visión estatista remaremos en Chile siempre en un océano de eterno oleaje adverso.

Por último, deseo traer a colación un ejemplo que demuestra que el  país aún no asume el respeto a los derechos humanos con mirada global. Me refiero a la conmemoración mundial, el 9 de este mes, de los 25
 años de la caída del Muro de Berlín, símbolo del fin del socialismo
 europeo. Es un tema también chileno por dos motivos: uno, porque la
 razón que nos llevó a la gran división de 1973 fue precisamente el
 proyecto de construir “el socialismo con sabor a vino tinto y
 empanadas”, y dos: porque muchos chilenos vivimos el exilio detrás del
 Muro aunque seamos parte de una historia desconocida.

El déficit democrático de la izquierda chilena quedó de manifiesto en
 esta conmemoración: los dirigentes departidos oficialistas, que el
 2013 condenaron con razón la violación de derechos humanos en Chile,
 congratularon a la dictadura de Corea del Norte o estrecharon con
 emoción la mano de los Castro, guardaron otra vez riguroso silencio
 sobre la sistemática violación de derechos humanos en la extinta RDA.
 Me interpreta en esta materia lo planteado este mes por el Presidente
 alemán, Joachim Gauck: dijo dudar de la convicción democrática de
 quienes aún no logran condenar el totalitarismo que imperó en la RDA.

Quien confió en que la izquierda chilena aprovecharía la celebración
 de la caída del Muro para distanciarse de esas dictaduras, erró. Con
 su silencio la izquierda no sólo terminó por perder su último hálito
 de superioridad moral sobre quienes justifican aquí a Pinochet, sino
 que reveló que a ella le interesan los derechos humanos de quienes
 piensan como ella, y que franjas de la muerte, represión política y el
 encierro de millones de personas se justificaron en la construcción
 socialista en la Guerra Fría. Con ese lamentable silencio ante la
 conmemoración de la caída del Muro, temo que el debate democrático en
 Chile retrocedió 40 años.

Honestamente: yo creí que la Presidenta de la República, quien sufrió
 bajo la dictadura chilena tortura y cárcel política, aprovecharía su
 visita a Alemania para condenar la dictadura alemana bajo la que
 también vivió, y propondría a su sector un giro copernicano en esa
 materia.
 No fue así. Creo que la Presidenta desperdició en Berlín una
 oportunidad de oro. Al ser consultada sobre la RDA, sólo tuvo
 expresiones de gratitud por los beneficios que allá le fueron
 concedidos. Respondió como un particular agradecido por la solidaridad
 allá obtenida, sin precisar –como presidenta de Chile- que esa
 gratitud la dirige a un estado-partido totalitario que fue barrido de
 la faz de la Tierra por su pueblo.

Esta reducción del juicio sobre la RDA a una cuestión de gratitud,
 perjudica la cultura democrática en Chile y permite que cualquiera
 justifique cualquier dictadura por los beneficios que esta le haya
 otorgado. Esa actitud constituyó además una falta de delicadeza hacia
 los máximos representantes de Alemania: la Canciller Federal Merkel
 sufrió en la RDA la discriminación del estado ateo por ser evangélica,
 y el Presidente Federal, Gauck, a quien, en 1951 la STASI le secuestró
 al padre para condenarlo a 50 años de trabajos forzados en Siberia,
 fue un decidido adversario del totalitarismo de Honecker.


 En sus memorias, Gauck cuenta que cuando su padre fue secuestrado por
 la STASI, en 1951, era un hombre fuerte, y que cuando volvió, en 1955
 (sólo gracias a la amnistía por la muerte de Stalin), su padre era un
 anciano de cabellera blanca, mirada perdida y sin dientes.

Estimo que urge una política de estado que establezca que los
 presidentes de Chile deben rechazar con claridad dictaduras de
 cualquier color, y subrayar que nada puede justificarlas. Esto debería
 convertirse en política de estado por el bien de nuestro debate
 democrático, la formación de las nuevas generaciones, y el prestigio
 de Chile.

Queridas amigas y queridos amigos, muchos chilenos sentimos una
 amenaza IN THE AIR TONIGHT. Ojalá Chile recupere la fórmula que lo
 hizo ejemplar en el continente: madurez y estabilidad política,
 acuerdos transversales mediante el diálogo, proyección del futuro a
 través del consenso.
 Debemos recuperar la cultura de la convivencia democrática y aprender
 a vivir nuestra unidad en la diversidad. Es hora de recomponer las
 confianzas rotas, y tal vez de ese modo nos lleguen las anheladas
 buenas nuevas surcando… THE AIR TONIGHT.

 Muchas  gracias!

Columna de Carlos Peña en El Mercurio del 30 de noviembre

LA DESMESURA DE ROBERTO AMPUERO

Por Carlos Peña

"Roberto Ampuero se dedicó, en su intervención en la Enade, a exacerbar los temores irracionales y torpes de algunos empresarios que lo aplaudían de pie: la vuelta de la UP, el retorno de los sueños del estatismo, la dominación cultural..."

Esta semana la Enade fue el escenario de la desmesura, de la exageración. Y como en la mayor parte de los seres humanos el miedo juega un papel más importante que la esperanza, el resultado fueron unos aplausos igualmente desmesurados.

¿Qué ocurrió?

Roberto Ampuero hizo un discurso en el que, con calculada tensión dramática, confesó el temor, que hoy lo invadía, de repetir en sus sesenta años de edad lo que ya había vivido a los veinte. Ampuero fue miembro de las Juventudes Comunistas, participó de la experiencia de la Unidad Popular y debió exiliarse en la RDA, la entonces Alemania comunista, y en Cuba. Hoy le inquieta, confesó ante los empresarios, quienes le oían con paciencia psiquiátrica, el "incipiente clima de odios que comienza a envolver a Chile"; las reformas estructurales que se han anunciado por el Gobierno le producen, dijo, un déjà vu de lo que vivió a los dieciocho años, cuando la Unidad Popular lo estremecía de entusiasmo, solo que ahora no es entusiasmo sino miedo lo que siente; las utopías que hoy animarían al Gobierno, concluyó, serían similares a las que inspiraron países, como la RDA o la URSS, que hoy no existen.

En suma, Roberto Ampuero tiembla de temor ante el Chile de hoy. El fantasma de la polarizacion y el odio, el estatismo, y la influencia cultural de la izquierda alimentan su temor de que Chile esté hoy al borde del abismo.

¿Es razonable ese diagnóstico? ¿Tiene sentido de realidad?

Por supuesto no hay ningún motivo para dudar de la sinceridad de Roberto Ampuero. Es probable que su extrema sensibilidad de buen escritor (rasgo este que, por desgracia, en sus últimas obras disimula con rara perfección) le haga sentir de veras lo que confesó ante ese auditorio estremecido.

Pero, como es obvio, hacer de la propia subjetividad un diagnóstico político respecto del Gobierno, de este o de cualquier otro, es sencillamente un error que daña la esfera pública y aleja el diálogo que el mismo Ampuero dice añorar. Roberto Ampuero incurre así en los mismos defectos que él constata y que le causan el deplorable estado de ánimo que mostró ante los empresarios: erigir la propia subjetividad en la guía del análisis político y social, transformar el diván, o la imitación de él, en un sucedáneo de la esfera pública y de la arena política. Porque el problema de hoy parece, en efecto, consistir en que todos los actores quieren vengar en el día de hoy, en el presente, los recuerdos de una memoria frustrada o desgraciada.

Ese es el defecto del discurso de Roberto Ampuero ante la Enade: haber sido escrito desde una memoria cuya principal pulsión parece ser la de arrepentirse de sí misma. Al revés de Graham Greene, quien recordaba su vida tal como la vivió, "es decir, sin ninguna ironía", Roberto Ampuero parece estar deslizándose hacia el peligro de convertir su memoria en un guión estereotipado para el análisis histórico y político, es decir, en una ideología al revés.

Los empresarios -tal como Roberto Ampuero sin duda lo soñó, revelando a sí mismo sus más ocultos anhelos- aplaudieron de pie que hiciera suyos los temores irracionales y absurdos que algunos de ellos, los más conservadores y toscos, alimentan cotidianamente en sus conversaciones durante el almuerzo del domingo. Pero lo que es tolerable en un empresario que almuerza, a quien no cabría pedirle pericia ni tranquilidad en el análisis, no es admisible en un escritor como Roberto Ampuero, que debiera ser capaz de tomar distancia de su propia subjetividad, recordar que la mera subjetividad fuera del sujeto que la vive se extravía y pierde sentido, y que cuando no se convierte en simple anécdota, como desgraciadamente le ocurre en su última novela, se transforma nada más que en una desmesura, como le ocurrió, sin ninguna duda, con su discurso de la Enade.

Uno de los momentos más aplaudidos de su intervención se produjo cuando reclamó por el hecho de que la Presidenta Bachelet no condenó "la dictadura alemana bajo la que también vivió". Lo que Roberto Ampuero no advierte es que la Presidenta Bachelet posee algo que él arriesga perder: pudor cuando se trata de la propia memoria.
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Respuesta de Ampuero a Peña el 7 de diciembre
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"Carlos Peña dedicó su pasada columna a mi discurso en Enade. No me sorprende. El discurso sigue dando que hablar, y Peña, que tiene sentido de la oportunidad, brincó otra vez ágil sobre el caballo puntero, que es el que obsequia protagonismo. ¿Qué dice allí Peña? En lo grueso, critica mi inquietud por el deterioro del debate político, tachándolo de subjetivo; lanza a la pasada un puntapié a mi novela "Detrás del Muro", la más leída hoy en Chile, y ataca mi condena a la violación de derechos humanos en la comunista RDA, país en el que viví cuatro años y que él ha de conocer de enciclopedias. Notable que un rector universitario critique a un escritor por emplear la subjetividad al hablar de su país. ¿Sabrá Peña que a los escritores los invitan a exponer precisamente desde su perspectiva? ¿Y sabrá que subjetivo no es sinónimo de fantasioso? ¿Podrá explicárselo su decana de letras, por favor? ¿O creerá Peña que Enade me invitó para que yo hablara como ingeniero comercial o abogado constitucionalista?
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Peña me acusa de ser subjetivo por comparar la polarización política actual con el ambiente que vivimos en la UP. Le parece una desmesura mi diagnóstico e injustificado mi llamado a recobrar el diálogo cívico. ¿Habrá leído Peña las declaraciones de septiembre de la madre de la Presidenta, en el sentido de que la actual situación le recuerda la última etapa del gobierno de Allende? ¿Le habrá enviado reprimenda a Ángela Jeria por ese "subjetivismo"? ¿Se habrá enterado Peña de la reciente alerta de los ex presidentes Piñera y Lagos sobre la crispación nacional? ¿Habrá escuchado que en Enade la Presidenta llamó precisamente a cuidar las formas en democracia? ¿Será desmesurada Jeria, y subjetivos Piñera, Lagos y Bachelet? ¿O será Peña el "subjetivo" y desmesurado?
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"El rector (que en su columna lega a la posteridad este kitsch de telenovela sensiblera: "tal como Ampuero sin duda lo soñó, revelando a sí mismo sus más ocultos anhelos") me llama a callar frente a la RDA. Cree que quien vivió bajo una dictadura comunista no puede criticarla para el resto de su vida por ¡"pudor"! Con este insólito principio, que confunde pudor con complicidad, Peña arroja por el despeñadero toda cultura democrática y permite justificar a toda dictadura, incluso a las de Auschwitz y el gulag. ¿Por qué? Porque basta con que alguien reciba un beneficio de alguna dictadura para poder callar o tener que callar per secula seculorum sobre ella. Esa es la peligrosa moral que predica Peña con su principio. Peña debería saber que esa visión canina de la persona no conduce a la libertad. Insisto: urge una política de Estado que obligue a los presidentes de Chile a condenar dictaduras pardas y rojas, y a decir que ni los favores de ellas recibidos las justifican.
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"Pero hay otra notable contribución literaria en la columna de Peña: "Uno de los momentos más aplaudidos de su intervención (de Ampuero) se produjo cuando reclamó por el hecho de que la Presidenta Bachelet no condenó 'la dictadura alemana bajo la que también vivió'". Lo dice Peña. Curioso: mi discurso nunca fue interrumpido por aplauso alguno. Es más, no hubo aplausos. Solo al final una ovación, como puede comprobarlo quien entre a http://youtu.be/eq2G-iS4I2k . El rector falta a la verdad: no hubo aplausos durante mi discurso; por el contrario, reinó el silencio.
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"¿De dónde y con qué fin inventó Peña los "momentos más aplaudidos"? Ojalá explique por qué tuerce la verdad. Solo puede deberse a que no vio mi presentación ni en vivo ni en video y que, si la leyó, lo hizo a la diabla, como el tenso jinete que, cabalgando a pelo, va más preocupado de aferrarse al lomo que de divisar la meta. Una lectura mínimamente responsable de mi texto, mínimamente responsable como para escribir, digo yo, una columna en un medio prestigioso, no tropezaría jamás con esos aplausos. ¿O tal vez Peña, mientras me leía, sintió deseos irrefrenables de aplaudirme y, en una proyección freudiana, terminó por atribuirlos al empresariado?
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"Peña les debe una explicación a sus lectores. No a mí. A sus lectores. Ante mí perdió credibilidad. Manipular pruebas para condenar a alguien simplemente no se hace. En Estados Unidos, un rector o columnista que haga algo semejante se vería en duros aprietos por defraudar la fe pública. No se puede fabricar evidencias con el fin de usarlas para juzgar públicamente a alguien en nombre de la virtud y la verdad. Yo, con el escaso pudor que aún me queda, según Peña, por condenar todo tipo de dictaduras, explicaba el desaguisado, pedía disculpas y renunciaba. Renunciaba al menos como columnista"
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La pelea entre Carlos Peña, rector de la UDP y Roberto Ampuero, exministro de Cultura y escritor, comenzó cuando el primero realizó una dura crítica al discurso del literato en Enade 2014. El domingo pasado Peña dedicó su clásica columna al discurso del ex militante de las JJ.CC en la Enade, asegurando que “Roberto Ampuero se dedicó, en su intervención en la Enade, a exacerbar los temores irracionales y torpes de algunos empresarios que lo aplaudían de pie: la vuelta de la UP, el retorno de los sueños del estatismo, la dominación cultural”.
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En respuesta, Ampuero señaló ayer en el mismo medio  que es “notable que un rector universitario critique a un escritor por emplear la subjetividad al hablar de su país. ¿Sabrá Peña que a los escritores los invitan a exponer precisamente desde su perspectiva? ¿Y sabrá que subjetivo no es sinónimo de fantasioso? ¿Podrá explicárselo su decana de letras, por favor? ¿O creerá Peña que Enade me invitó para que yo hablara como ingeniero comercial o abogado constitucionalista?”
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La nueva respuesta de Peña vino hoy en su tradicional columna en El Mercurio, donde se refiere a cada uno de los puntos que Ampuero le critica: “Desde luego, no tiene nada de malo echar mano a la subjetividad a la hora de escribir novelas o efectuar críticas. El problema ocurre cuando, como se decía en la columna, se recurre nada más que a la mera subjetividad. Es lo que, me parece, hace Ampuero en sus últimas novelas e hizo con su intervención en Enade”. Repite que su discurso fue “sólo una larga confesión de temores alimentados por una memoria frustrada o desfraciada. El debate público requiere razones intersubjetivas, argumentaciones contrastables, no simples temores personales”.
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Agrega que el problema no son “sus ideas o impresiones, sino la manera de justificarlas, recurriendo nada más que a sí mismo y transformando su simple memotia en cantera de literatura y de política, lo que me parece digno de crítica”.
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Peña también se hace cargo de la acusación que le hace Ampuero de haber falseado o haber sido informado de forma incompleta por alguien sobre su discurso: “Sostiene Roberto Ampuero que yo habría afirmado que su discurso fue ‘interrumpido con aplausos’. Y que así habría manipulado ‘pruebas para condenar(lo)’. Nada de eso es cierto. No hice lo uno ni pretendo lo otro. En la columna que tanto lo irritó sólo dije que ese fue uno de los ‘momentos más aplaudidos’ (es decir celebrados, de acuerdo al diccionario) de su intervención: la ovación de los empresarios que Ampuero anhelaba vino algunos segundos después. Y para su tranquilidad yo no condeno, apenas critico”.
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El escritor también acusó que la columna de Peña fuese dictada por una tenebrosa agrupación de país socialista extinto o existente, a lo que Peña simplemente contestó: “Sobra decir que eso es demasiado pueril y afiebrado para responderlo”.
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Por último, Peña aclaró cómo obtuvo el discurso del exministro, ya que éste acusó que alguien se lo resumió al abogado para perjudicarlo: “Por supuesto que no fue así. Conocí su discurso gracias a que lo hizo llegar a mi mail personal la Fundación para el Progreso de la que el mismo Roberto Ampuero es senior fellow. El correo iba acompañado del siguiente mensaje: ‘A nombre de Armando Holpzafel, gerente general de Fundación por el Progreso, le enviamos para su lectura el discurso realizado por nuestro senior fellow, Roberto Ampuero, en el marco de Enade 2014. Sus palabras fueron ovacionadas, ya que representaban un total sentir de muchos chilenos y chilenas’. Aprovecho de agradecer a la Fundación para el Progreso la gentileza de enviarme el discurso y el link”, señala Peña y finaliza: “Lamento sí que su senior fellow no quedara satisfecho con el comentario a que dio lugar”.
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Contrataque de Carlos Peña contra Ampuero
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 Lunes 08 de diciembre de 2014

Los temores de Roberto Ampuero

Carlos Peña: "El problema ocurre cuando, como se decía en la columna, se recurre nada más que a la mera subjetividad. Es lo que, me parece, hace Ampuero en sus últimas novelas e hizo en su intervención en Enade. Esta última (...) fue solo una larga confesión de temores alimentados por una memoria frustrada o desgraciada..."

Como consecuencia de una comprensible ofuscación, Roberto Ampuero se queja amargamente y conjetura conspiraciones en su contra a partir de mi columna. Y aunque no puedo responder las quejas de todos quienes se sienten agraviados o molestos con mis opiniones -la tarea sería eterna, puesto que la fila es, de lado a lado, interminable-, en este caso es necesario hacerlo por la importancia pública del asunto: las relaciones entre la mera subjetividad y las opiniones que se vierten en el espacio público.

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