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miércoles, 10 de septiembre de 2014

TERRORISMO

La columna del periodista Fernández
Evasión en el metro


EL DÍA EN QUE ESTALLÓ LA RABIA

Por Enrique Fernández
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“Cuiden lo que tienen”, fue el consejo que entregó a los chilenos el Presidente uruguayo José Mujica, cuando vino a Chile en marzo pasado para asistir a la toma de posesión de la Presidenta Michelle Bachelet.
El mandatario se refería a la estabilidad política, económica y social de un país que desde hace una década enfrenta el “empoderamiento” de numerosos grupos de la población que antes permanecieron en silencio. Uno de los primeros ejemplos fue la “Revolución de los Pingüinos” que los estudiantes secundarios emprendieron en abril de 2006, cuando recién comenzaba el primer Gobierno de Michelle Bachelet.

-Debemos cuidar lo que tenemos –advertía el Presidente Ricardo Lagos, antecesor de Bachelet, cuando los partidos aliados de la Concertación Democrática se enfrascaban en rencillas internas que amenazaban con un quiebre. Lagos se refería a los orígenes de esta coalición que nació para restablecer la democracia y terminar con la dictadura militar de Augusto Pinochet.
“El Metro te cuida, cuida el Metro”, pedía hasta hace algún tiempo uno de los mensajes luminosos en las estaciones del tren subterráneo de Santiago.

Considerado entre los medios subterráneos de transporte más modernos del mundo, el Metro de la capital chilena despertó la admiración de los turistas y fue motivo de orgullo para los habitantes de la capital. Siempre limpio, ordenado, cómodo, puntual y con atentos anfitriones en los andenes y boleterías.
Cuando en febrero de 2007 nació el Transantiago, con modernos buses que reemplazaron a las micros amarillas, todo cambió. Y el Metro dejó de ser lo que era, porque una multitud de inmigrantes decepcionados del transporte de superficie copó las estaciones subterráneas. Y desaparecieron la limpieza, el orden y la comodidad en los trenes.
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Si usted sube hoy a uno de los sobrecargados vagones, a mediodía o a las seis de la tarde, tendrá que viajar de pie, tratando de mantener el equilibrio y no caerse por alguna frenada brusca. También estará en la mira de algún “lanza” o sentirá la presión de la mochila que lleva en la espalda un desaprensivo pasajero, que sin ningún respeto ocupa tranquilamente el espacio de dos pasajeros. Y qué decir de los muchachos y muchachas que se sientan en el suelo… Ellos ocupan más espacios todavía sin acatar la norma que el conductor repite desde los parlantes, pidiendo no sentarse en el piso del pasillo.
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No se sorprenda si ve que una señora obesa viene saboreando un grueso sándwich o un helado, en medio del vagón lleno de gente. Ponga atención si una anciana le pide a una estudiante: “¿Me puede ceder el asiento, por favor?”. Y tampoco se extrañe si la joven sigue jugando con su celular y responde: “No puedo… estoy ocupada”.
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Las últimas semanas son páginas dramáticas en la historia del Metro. El 13 de agosto la línea cuatro quedó paralizada por fallas en un tramo de la vía. Una semana después, el miércoles 20, un desperfecto eléctrico paralizó por más de 10 horas la línea 5. Y en los primeros días de septiembre decenas de pasajeros sobrepasaron los torniquetes de las estaciones y bajaron a los andenes sin pagar, para protestar por el alza de los pasajes. Es el mismo procedimiento que utilizan cuatro de cada diez usuarios de los buses del Transantiago.
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Pero el atentado explosivo del 8 de septiembre en el recinto comercial de la estación Escuela Militar, que dejó 14 heridos, traspasó las barreras de lo previsto. El Gobierno y la oposición coincidieron en que éste fue un ataque terrorista, la policía de Carabineros desplegó un contingente de 500 hombres para vigilar las 108 estaciones. Y el vespertino La Segunda anunció en su portada “el retorno del miedo”, como en aquellos tiempos en que todas las tardes, al pie de su primera página,  pedía: “Junten rabia chilenos”.

Y la rabia estalló hace 41 años, el 11 de septiembre de 1973.

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