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jueves, 11 de septiembre de 2014

POLÍTICA
 
LAS PARÁBOLAS DE UN ESTUDIOSO
Por Hugo Latorre Fuenzalida

 LA PÓCIMA DE MURTI-BING: O EL IMPERIO DE LA IDEOLOGÍA

El escritor polaco lituano Czeslaw Milosz, en su libro “El pensamiento cautivo” (1953), hace un relato que es casi una parábola. En este relato plantea la existencia de una especie de mago llamado “Murti Bing”, quien procede desde oriente y tiene la virtud de poseer una pócima capaz de borrar las sospechas y hacer mirar el mundo de una manera ingenuamente positiva, casi celestial. Este mago manda hacia occidente unos adelantados o propagandistas que convencen a los militares y dirigentes de estar región para que beban la pócima encantada.

Pasa el tiempo y después este taumaturgo, hechicero y nigromante, aparece con sus ejércitos, los que no deben presentar batalla, pues la pócima hace que sea recibido por los militares del occidente como un sabio benefactor. Obviamente las huestes de Murti Bing someterán a occidente de manera blanda y sumisa, pero con el convencimiento de que eran abrazados por un poder amistoso y complaciente.

Con este relato, Milosz quiso decir que occidente estaba siendo conquistada ideológicamente por un movimiento tremendamente peligroso, que insinuaba una acogida gratificante, pero que no era más que un engaño para luego lanzar el zarpazo represivo.

La conquista ideológica, que se exhibe llena de promesas de bienestar y progreso, puede encerrar una trampa de opresión y dependencia tremendamente peligrosa.

Los partidos comunistas y los movimientos populares, representaban para Milosz esa pócima portada por los adelantados del hechicero para reblandecer a los regímenes de occidente y luego dejarse caer con las fuerzas militarizadas sobre un enemigo sin capacidad de respuesta.

Bien sabemos la historia de Polonia, que desde el levantamiento fue abandonada al régimen soviético, que la engulló en sus fauces hasta la caída del régimen comunista en manos del movimiento Solidaridad.

Milosz consideró al régimen soviético una distorsión del predicado marxista, sin negar el potencial de justicia y liberación que esa ideología traía en sus postulados reivindicacionistas. No olvidemos que este pensador fue progresista, pero fue, por sobre todo, un libertario.

Nos interesa esta narración, pues el peligro desechado de Oriente, pasó a encarnarse, ahora, en el mismo Occidente. La ideología liberal en su versión descastada, o neoliberalismo, vino a echar por tierra todas las promesas engendradas por el pensamiento liberal: progreso, crecimiento, libertad, justicia y trabajo.

En la medida que sus promesas van siendo defraudadas en la realidad, la pócima ideológica de Murti-Bing, se expande de manera más abundante, portada por los adelantados de una prensa bien pagada, unos intelectuales venales, una tecnocracia sesgada y militante y unos militares unidimensionales.

Los políticos  que bebieron la pócima encantada,  creen vivir el “mejor de los mundos posibles”, como decía y soñaba el filósofo Leibniz. Entonces aportan con su flexibilidad moral y su elástica ética para cantar odas legislativas que permitan el imperio totalista imponer los postulados del sabio Murti-Bing, pero ahora transferido como servidor de los intereses ideológicos de las grandes naciones y empresas del Occidente imperial y globalizado.

REFORMA TRIBUTARIA O EL LECHO DE PROCUSTO
Procusto o Prokrustés (el estirador), es un personaje de la mitología griega, representado por un bandido hostelero de la región montañosa del Atica, al que se le adjudicaba, por unos, una contextura de enano y de gigante, por otros. Este bandido acogía a los caminantes en su hospedería y los alojaba en un lecho de metal, lecho que se ajustaba a su tamaño. Cuando el hospedado dormía, Procusto lo ataba y amordazaba procediendo a amputar sus extremidades si su tamaño excedía al del lecho o a estirarlo, hasta descoyuntarle las extremidades, si el viajero era más pequeño que el camastro.
Podría decirse que Chile  está viviendo, con la reforma tributaria- y también comienza a hacerlo con la reforma de la educación- una amputación similar a las aplicadas por Procusto a sus víctimas.

Los cercenamientos aplicados a la mentada reforma tributaria tienen el objetivo de enanizarla hasta dejarla del tamaño de su torturador. El hospedero criminal no puede tolerar que algo a alguien crezca más allá de la medida de su camastro. Entonces saca las tijeras y procede a recortar las partes  que le sobrepasan. Así, la reforma tributaria intentada en Chile queda jibarizada y vuelve  a  armonizar con lo que mide el hospedero.
Chile es un país  atado y amordazado; su Estado no puede crecer, por tanto tampoco lo podrá hacer su democracia. Chile está condenado a ser secuestrado y amordazado por este enanismo hospitalario, y será amputado cada vez que intente superar las medidas de la cama de hierro que lo ata y fija a la loca y disparatada manía de este hospedero ulttramontano.

En las democracias más desarrolladas, el Estado debe crecer en armonía con la complejidad de las estructuras sociales que la conforman. En las sociedades primarias, no se permite el desarrollo de los hombres bajo la protección y el fomento del Estado. Por el contrario, cada vez que una parte de la sociedad supera el marco institucional, que representa el camastro de Procusto, entonces emergen las herramientas de la amputación que operan con precisión, concisión y destreza.
Para eso están los discípulos del mitológico personaje  griego, disponible en forma y figura de operadores, parlamentarios y consejeros, todos muy hospitalarios, pero con sus aviesas intenciones ocultas detrás de su acogedora disposición.

No es  de caballeros dar nombres, pues la comparación es siempre odiosa, pero son fácilmente identificables dentro de la abundante fauna de tránsfugas camuflados y otros exhibicionistas, que se agolpan a las puertas de los poderes fácticos, todos mostrando caras de expertos en estos tráficos innobles.
Pero también Procusto es un estirador. De hecho han pretendido llevar a los pobres de Chile a experimentar un “crecimiento contra natura”, aplicándole la tortura del endeudamiento inviable, hasta llevarlos al descoyuntamiento de sus resistencias físicas. Ahí vemos a esa muchedumbre de personas que fueron amablemente acogidas en los sistemas crediticios y  que, luego de estar dormidos en el mullido sistema de consumo, son torturados hasta descalabrarlos.

Así enseñaban los griegos antiguos a sus habitantes, con mitos y leyendas; así lo hizo también la añosa Biblia Hebrea y lo hizo el Nazareno para con los discípulos de su tiempo. Es que estos relatos en formas de parábolas o leyendas, enseñan más que cien tratados, porque simplifican  el fondo de lo que se debe entender y desechan todo adorno y refinamiento, todo lo subalterno y lo que confunde.

¿No le parece de bastante claridad, simetría y semejanza esta apropiación del mito antiguo para trasladarlo a nuestra realidad presenta como parábola de nuestros propios mitos?   

EL AUTÓMATA AJEDRECISTA DE VON KEMPELEN Y LA TECNOLOGÍA ENGAÑOSA.
Estamos bajo el imperio de la sociedad de masas, que Lipovetsky enjuicia como sociedad del “homo consumator”, es decir ese ser que dejo de ser el “homo laborens”,  que producía con el sudor de su frente los bienes destinados al consumo de otros, es decir la burguesía rica y dilapidadora, para dedicarse a demandar, ahora, como simple consumidor.

Este hombre cuyo instinto “oral” no logra escalar hacia una fase superior de voluntad, es un ser pasotista , áspero, rudimentario (o muy refinado, pues hay masas de clase alta), que opera con una ilimitada apetencia,, y sus músculos se activan ante el primer estímulo generado desde los sistemas de seducción, que como los altoparlantes del “Mundo feliz” van definiendo  una subliminal conciencia predispuesta a engullir, en esas fauces descomunal e inagotable, todo lo que se exhiba.
La técnica se ha transformado en el nuevo dios de esta sociedad de consumidores. De servirnos para mejor satisfacer nuestras necesidades,  nos hemos transformados en sus servidores. De crearla con nuestra imaginación, nos está forjando ella ahora y somos pensados por los instrumentos; de manipularla, estamos, ahora, siendo manipulados por ella.

Así como este es el tiempo de la digitalización y el pensamiento sistémico nos trae  para consumo los autómatas robotizados; el siglo XVIII fue el siglo de la mecánica, del reloj y sus derivados. El hombre de entonces creaba mecanismos impresionantes, como el “Papamoscas” de la catedral de Burgos o Pierre Jacquet Droz (tenía que ser  hijo de la Suiza de los relojes) con su “Pianista”, el “Dibujante” y el “Escritor”, todos ellos autómatas de ingeniosa actividad.
Son, quizá, de los más célebres autómatas de su tiempo.

Wolfang von Kempelen, no se quedó en chicas y diseñó un muñeco autómata conocido como “El Turco”, por el atuendo oriental que lo caracterizaba. La particularidad de este autómata es que jugaba estupendamente ajedrez, tanto así que –se dice- derrotó al mismo Napoleón en una partida jugada antes de la batalla de Wagram.
Von Kempelen vendió este muñeco en un precio muy elevado a Johan Maezel, quien trató de recuperar su inversión paseando al muñeco genial por Europa, Cuba y Estados Unidos.
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Pero lo sorprendente está en que una vez muerto el propietario, se descubrió que quien jugaba las partidas de ajedrez era un personaje pequeñito, que se ajustaba a la cajuela desde donde manipulaba los engranajes  con precisión categórica. Se llamaba William Schlumberger y desapareció con el muñeco en el magno incendio de Filadelfia. Quien preservó el recuerdo de este personaje fue Edgar Allan Poe, al escribir una narración conocida como “El jugador de Ajedrez de Maezel”.
 
 La gran manipulación

Lo que nos enseña esta capacidad inventora del hombre, es que detrás de una tecnología  tan ingeniosa, puede existir una trampa imperceptible; y eso que nos parece sorprendente hasta dejarnos embelesados, puede contener una seducción fraudulenta y exhibicionista.

En la historia antigua se crearon mitos con estos personajes: como la estatua de Osiris, que lanzaba fuego por los ojos; Pigmalión que esculpió la estatua de Galatea y se enamoró de ella; Hefesto que creaba mujeres animadas y revestidas en oro  para que le ayudaran en sus labores de herrería, o los Argonautas que crearon un perro autómata para que les sirviera de custodio.

En fin, se puede pasear por la Edad Antigua, Media, Renacimiento y Moderna, dando con personajes de gran renombre como Roger Bacon o Alberto Magno y el mismo René Descartes, que es, ni más ni menos, el mentor intelectual de todo este montaje, pues él concibió la idea que los animales  y los cuerpos eran  como simples autómatas. De Descartes se cuenta que cuando murió su hija política Francine, la recreó como muñeco con capacidad de ciertos movimientos y era tan fidedigna imagen de esa hija amada que siempre la llevaba en sus viajes.
Toda tecnología encierra un enano  que opera los engranajes de manera oculta y secreta, pero  de forma eficiente. Hay una especie de fetiche tecnológico desde siempre, pero tremendamente extendido en el hombre contemporáneo. La mascarada engañosa, sin embargo, doblega las resistencias, y los artefactos  de todo tipo invaden la vida de las personas y cautivan su ánimo y su mente. Todo se hace por el objeto deseado, por la máquina, por la acción automatizada, por el divertido emular acciones propias de los hombres. Los autos modernos nos hablan, nos alertan, nos guían y hasta se conducen solos. Las máquinas procesadoras ya hasta piensan por nosotros.

Como dice Heidegger: “La técnica moderna no es sólo un medio, es un desocultar”.
Entonces el hombre moderno debe descubrir las interpelaciones y las provocaciones que impone la técnica, pero para ello debe sostener una mirada cuestionadora y una mente ágil; de lo contrario será atrapado  por “la cosa”, y de sujeto, que busca iluminarse por la tecnología, será absorbido y velado (ocultado en su esencia) y enceguecido (alienado) en medio de sus mecanismos.

El hombre masa latinoamericano, ese hombre que no crea conocimiento y que es un simple usuario, corre mayor peligro de ser velado (ocultado) del fidedigno saber en el campo del uso tecnológico. En cambio el hombre que crea y domina la tecnología, desvela el saber en su uso, pues se sostiene como sujeto soberano del objeto, mientras que el simple usuario tecnológicamente infecundo, corre el riesgo de terminar siendo objeto de un uso tecnológico que se convierte en sujeto dominador. Ya somos en parte unos Píndaros, enamorados de esa creatura, aferrados a sus demandas, como un fetiche. Basta ver los celulares en manos de cada transeunte, aferrados como un Corán en manos de cada islamista.
 

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