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martes, 23 de septiembre de 2014

POLITICA
CHILE: ¿UNA CONSPIRACIÓN?

Por Hugo Latorre Fuenzalida


Las teorías conspirativas son propias de regímenes estresados, ya sea por autoritarismo, por segregacionismo, por inequidad extrema, por confrontaciones o por procesos de decadencia o descomposición de una forma de ejercer el poder.
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Las palabras relacionadas son varias y definen especificidades dignas de tener en cuenta, para mayor claridad de los infundios: complot, conspiración, conjura, intriga, contubernio, conciliábulo maquinación, trama, parecen ser sinónimos, pero cada una de éstas tiene una particularidad diferenciadora.
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Chile, durante el período de estrés democrático, como el que se vivió entre los gobiernos  de Frei y Allende, estrés provocado por una dinámica de cambios sociales profundos, vio aflorar una serie de conspiraciones, que en períodos anteriores no se dieron. Hablamos de conspiraciones y no de simple complot, por la magnitud de los actores y la trascendencia de sus objetivos. En todo complot y conspiración hay presente una maquinación, que es la puesta en práctica de ciertas tácticas y coordinaciones para facilitar ciertos logros. La trama va plagada de conciliábulos, contubernios, conjuras e intrigas, son partes de la estrategia conspirativa, donde la intriga es más informal, la conjura es más seria y casi una formalización de las lealtades. La conspiración es el prolegómeno del complot; son los actores movilizándose para diseñar estrategias, en cambio el complot es ya la acción definida para concretar lo ideado en la conspiración. Recordemos la célebre “conspiración de Catilina” en Roma, operación fraguada con mucho tiempo y diversos actores, actuada en diversos complot, hasta lograr el desmantelamiento de los personajes comprometidos.
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En fin, desde las crisis de los años 30 y  40, que en Chile no aparecían complots destinados a debilitar o derribar gobiernos. No se puede dejar de mencionar el complot  llamada de las “Patitas de chancho”, en septiembre de 1948, dentro de los cabecillas se encontraba el general Carlos Ibáñez del Campo (conspirador excelso), contra el presidente González Videla.
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Durante el gobierno de Allende, obviamente asomaron grupos complotando desde diversas barricadas: militar, política, gremial, estudiantil. La conspiración  de más largo aliento fue la del gobierno de Nixon con empresarios chilenos, cuyo cabecilla fue Agustín Edwards. También durante la dictadura se dieron múltiples intentos de conspiración, llegando incluso al atentado con  magnicidio frustrado; en este caso dirigidos por el Partido Comunista y su brazo armado.
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Ahora, en tiempos de democracia tutelada por los poderes fácticos, pareciera que toda tentativa de conspiración puede verse como extemporánea, porque Chile se ha convertido en una sociedad de consumo, casi conservadora y, según las encuestas, somos una sociedad internacionalmente prestigiada por algo que se asemeja a una “estabilidad” y a un “progreso”.
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Sin embargo existe un malestar, no sólo de la cultura, de la economía y de lo social, sino también en un sentido general. Algo parecido a la angustia.
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Ese malestar viene de dos extremos: los que sienten que les quieren vulnerar sus ventajas económicas y su cómoda paz social y, por otra parte, los que se aburrieron de contentarse con una explotación desmedida, edulcorada con un algo de chorreo y dádivas, queriendo ahora ejercer derechos de ciudadanía de manera cabal.  
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El malestar de los “desintalados” ha tenido diversas manifestaciones en la historia reciente: a través de los estudiantes y sus desfiles callejeros, que incluye a los encapuchados, es decir esa fracción contestataria del estudiantado que se alía al lumpen juvenil desempleado; a través de las redes sociales y sus denuncias por los derechos ambientales, derechos de consumidor y derechos ciudadanos; los gremios de la salud y la educación que demandan conquistas arrebatadas hace muchos años; los ciudadanos de provincia, a quienes raramente se les escucha en sus demandas locales y se les mantiene políticamente como interdictos por un Estado centralista y autoritario; los usuarios del transporte público, a quienes  se les abandona y no se les da respuesta, los pescadores artesanales, los subcontratados de las mineras. Es decir, todos aquellos a quienes el sistema ha venido usando y desechando, como simple factor de producción material y no humano.
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Por otra parte, el malestar de los “instalados” se viene expresando a través de los voceros gremiales y políticos; a través de los medios de comunicación que pertenecen masivamente  al sector  de los poderes económicos. Su malestar es porque  se intenta ahora quitarles algunos de los incentivos que el Estado les proporciona para que cumplan la nunca bien ponderada misión de hacer crecer la economía y generar trabajo. Amenazan con la desaceleración económica y la caída del empleo, dos razones que no les convence ni a ellos mismos, pero sí a los inocentes que abundan y forman legión.
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El sector oligarca y plutocrático de Chile, es de una resistencia proporcional a su ceguera. Creen, como las masas descritas por Ortega y Gasset, tener todos los derechos y ninguna obligación, debiendo esperar la reacción de una nueva clase que les desmonte sus privilegios, al igual que aconteció en Esparta con Licurgo, en Grecia con Pisístrato y Clístenes, en Inglaterra con Oliver Cromwell.
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La plutocracia chilena no entiende de progreso, como no lo entendió tampoco en tiempos de Pinochet, debiendo servir  el término de la dictadura  como canje insoslayable para lograr nuevos acuerdos que les permitiera acrecentar sus negocios con el aval de la democracia, frente al bloqueo internacional impuesto sobre la dictadura.
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Estos dos actores agonales: “instalados” y los “desinstalados”, reflejan una sociedad estresada, lo que hace avizorar un destino de confrontaciones, que pueden llegar a descomponer de manera extremosa la convivencia de los chilenos. Porque lo que no se desea aprender en el Occidente contemporáneo, es que las sociedades logran acumular progreso y paz sólo cuando alcanzan cotas de equidad suficientes, esa misma cota que lograron los países nórdicos y gruesa parte de la Europa de postguerra; equidad que  durante la globalización se viene desmontando a ritmo peligroso, al cambiar el paradigma del “progreso” por el de “los negocios”.
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¿Se da en Chile una conjura o una conspiración, con esto de las bombas?
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Puede darse lo que aconteció en Italia en tiempos de las “Brigadas rojas”, donde se perpetraron atentados bombísticos tan sangrientos como el de la Piazza Fontana (1969), donde murieron 16 personas y quedaron más de 80 heridas. Se descubrió, luego, que eran unos complots organizados por la CIA, la OTAN y el M16 de Inglaterra, para crear inseguridad pública, culpando a las “Brigadas rojas”, con la finalidad de restarle apoyo al Partido Comunista, que venía con serias posibilidades de alcanzar el poder por vía electoral.
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Esto que los italianos llamaron la “strategia della tensione”, puede estar aplicándose en Chile, con la finalidad de crear desconfianza para con las políticas de reformas estructurales y desviar la atención hacia temas de seguridad y, de esta forma, poder  desmontar los proyectos, dejando las cosas ordenadas según lo conveniente.
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La otra actividad conspirativa es la de la “estrategia cabal”, que es cuando el objetivo es eliminar al objeto del poder (magnicidio o golpe de Estado). En estos casos la actividad preparatoria  conforma una verdadera “conspiración”; en cambio la colocación de bombas puede ser simplemente un factor debilitante del poder amenazador o deslegitimante de un sector que lo ejerce de manera sesgada o indeseada, es decir una “estrategia della tensione”.
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Como en estos territorios suelen confundirse los intereses de los extremos, es una tarea enorme dilucidar y despejar quién detona las bombas y quién las inspira.
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Esto no se sabe y está en pleno desarrollo. Lo cierto es que ahora parece haber cambiado la intención; antes se detonaba en lugares donde no se hiciera daño a las personas; ahora se detona con intenciones bastante más peligrosas. ¿Cambiaron los actores o cambiaron las estrategias de los mismos actores?
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Esa es la gran pregunta. 

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