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miércoles, 13 de agosto de 2014

EL CANAL DE PANAMÁ Y EL COBRE DE CHILE: LAS BONDADES DE RECUPERARLOS
Por Hugo Latorre Fuenzalida


Chile es un país que vive de mitos y dogmas, dos condiciones propias de sociedades primarias o dominadas.
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Panamá recuperó su canal, que es como si nosotros recuperásemos nuevamente el cobre, y le ha ido estupendamente bien. Desde entonces le han ingresado más de 10.000 millones de dólares a las arcas fiscales y vemos que Ciudad de Panamá es otra, bollante, crecida, centro de negocios y modernizada en muchas esferas. Hace 30 años o menos, si uno viajaba por Centroamérica y hacía escala en Ciudad de Panamá, se encontraba con una urbe semicolonial; en cambio por estos días parece una parte  de las ciudades pujantes de Asia.
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Calcule usted que esos 10.000 millones en 5 años es nada a lo que se obtiene por el cobre en Chile. En un solo año las empresas mineras transnacionales son capaces de triplicar el ingreso que se obtiene en un quinquenio por el canal de Panamá.
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Chile está sentado en una mina de oro, y de plata y de cobre y de molibdeno, y de tantos otros minerales, que podría ser una sociedad feliz y haber dejado largamente atrás la pobreza.
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No tendría que mendigar impuestos a una derecha reactiva y reticente, a un empresariado evasivo y descomprometido; Chile podría financiar salud, educación, vivienda, infraestructura; podríamos pensar en una industrialización basada en el conocimiento; podríamos atraer a gente que sabe investigar y crear conocimiento; podríamos preparar a nuestras generaciones de científicos; podríamos recuperar el desierto, proteger los mares y los glaciares, los ríos y los campos, sin pedir dinero a nadie, sino obteniéndolo de nuestra riqueza natural, de la que podríamos adelantar desarrollos corriente abajo (industrializar la minería) y corriente arriba (investigación y desarrollo) sustentado en los productos naturales.
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En fin, podríamos tener unos empresarios mucho más ricos de los que tenemos hoy, y una sociedad mucho más productiva y emprendedora. Pero nuestros empresarios, con su pereza habitual, sufren el síndrome del buscador de minas: descubrirlas y venderlas…No trabajarlas (lógica del minero Santos Ossa). Nuestra clase política, por su lado, sufre el síndrome colonial de creer que somos súbditos de los poderes mundiales y que siempre seremos de esa condición. Entonces prefieren la postura servil y secundaria, la tarea subsidiaria a la propia autonomía, como bien  lo denunciaba doña Gabriela Mistral, hace, ya, más de 70 años, en unos de sus escritos magistrales.
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Nadie  puede decir que las inversiones extranjeras no son importantes en la economía moderna; nadie plantea que vamos a explotar nuestra riqueza con prescindencia del resto del mundo; nadie cree que se pueda desarrollar una economía en campana de vidrio. Lo que estamos planteando es que las condiciones y las áreas en que se admite la asociación con las empresas extranjeras deben ser    soportadas por un esquema de equidad participativa y distributiva que beneficie al país y a su pueblo de manera justa y con proyección al desarrollo integral del país, cosa que no sucede ahora.
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La forma de insertar e incorporar los intereses transnacionales y privados en la sociedad chilena está oscurecida por la sombra de la corrupción, la inequidad, la asimetría y la perversión de toda lógica administrativa. 
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La legislación que la legitima fue creada en dictadura, fue ratificada constitucionalmente por una elite que de temerosa pasó rápidamente a afanar y pretender, y que ha venido a develarse proclive a los grandes intereses corporativos y fácticos, de los cuales se sienten partícipes como predadores periféricos y obsecuentes, recibiendo un beneficio marginal, pero que autoriza una perdida y descomposición monumental para la sociedad chilena, tanto así que ha llegado a comprometer nuestra viabilidad futura como sociedad que pretende insertarse en la globalidad competitiva, en este punto lo hace tanto por el descrédito de su legitimidad política como por el deterioro de nuestros recursos naturales, humanos y de convivencia.
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Económicamente no estamos generando las inversiones en los niveles requeridos ni en la dirección que necesitamos (cantidad y calidad de la inversión); en lo político, la corrupción, que implica el dinero y los negocios hermanados con la política,  condiciona una legitimidad democrática cada vez más cuestionada; en lo social no podemos integrar a las mayorías a los beneficios de una economía que crece hacia afuera y se concentra en muy pocos  hacia adentro. De hecho, necesitamos duplicar el gasto en educación, en salud y aumentarlo decididamente en vivienda. También debemos duplicar los niveles de inversión productiva y superar la vocación marcadamente financiera y de negocios de la misma.
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En fin, debemos pasar desde una visión privatista de la sociedad a otra fundamentalmente de desarrollo, lo que implica planificar el futuro, activar la voluntad de subir las demandas locales para el desarrollo y elevar las exigencias propias para construir una sociedad integrada, participativa y responsable de su destino compartido.
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La desintegración actual, con su sesgo oligárquico y su resultado concentrador en extremo, nos lleva a reproducir las experiencias históricas de la vieja América Latina, semicolonial y rezagada.

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