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miércoles, 11 de diciembre de 2013

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MANDELA YA TIENE SU ESPACIO EN LA GALERÍA DE GRANDES PERSONAJES.

Más de 90 jefes de Estado y de Gobierno, entre ellos los presidentes Barack Obama de EE UU, Dilma Rousseff de Brasil y Raúl Castro de Cuba, alabaron ayer la lucha del líder sudafricano Nelson Mandela, fallecido la semana pasada a los 95 años de edad,  en un último homaneje efectuado en el estadio Soccer City de Soweto en Sudáfrica. 

Por Hugo Latorre Fuenzalida

Antes de su muerte Mandela ya ha sido elevado a la categoría de gran estadista y, gran humanista.
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No hay muchos hombres de esa talla en la producción humana, y esta excepcionalidad se debe a su condición de mártir por sus ideas, de forjador de un régimen libertario, de luchador contra el apartheid y  defensor de la unidad de su pueblo multirracial. También por abandonar el poder en aras de cultivar una democracia sustentada  más allá de las personas y por ser un defensor de posturas anti-violentistas, como forma de lucha por la justicia.
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En un mundo en que el poder transita justamente por la vereda opuesta, Mandela se encumbra en el pináculo de lo honorable; porque el ser humano puede ser poderoso, pero humanamente miserable….,y por desgracia es la condición más común en esas esferas. Es por esta situación que al darse un fenómeno así, se apresuran los políticos a tratar de tomar del aurea de santidad de estas personalidades, a ver si algo les derrama de su prestigio, como una especie de bendición “urbi et orbi”, de esas que absuelve universalmente los pecados de los hombres mundanos.
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Casi provoca  tiritones escuchar a los políticos de por acá hablar pomposamente sobre las grandezas del prócer, al que no se tiene ni estatura ni voluntad para imitar, debiéndose quedar en el homenaje rastrero y vacío, además de mendaz y mediocre.

Lo que natura non da, Salamanca no la presta, reza el viejo decir, por tanto de nada sirve tratar de empinarse más alto que su estatura….y a veces el silencio es la más respetable postura, pues por lo menos, ahí, queda algo de humildad reconocida.

Como Epaminondas, Mandela rechazó la riqueza y el empoderamiento pertinaz, puesto en sus manos de manera legítima y merecida, y lo hizo justamente  para poder combatir la pobreza y para poder dar legitimidad institucional al ejercicio del poder dignatario.

En él no hubo furia, rencor ni odio; hubo más bien estoica calma y ponderación, sabiduría y grandeza en todas sus dimensiones. No juzgó ni prejuzgó, pero obró con la autoridad de quien no ataca ni difama, de quien acoge  el error y el horror como testimonio de las humanas debilidades. Si no hubiese seguido este camino único, Sudáfrica estaría sumida en la sangre y la guerra. Eso es lo que hace la diferencia entre un hombre grande y un líder vulgar.
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La grandeza humana debe buscar siempre el perdón y la comprensión antes que el castigo y la muerte. Al grande sólo le ofende la testaruda pequeñez en la visión de los cortos de vista, que toman por el atajo del sectarismo odioso y el egoísmo tiránico y criminal.

Este humanismo integral que envuelve la figura de Mandela, es un referente para estos tiempos de nihilismo destructivo. Hay esperanzas para la grandeza en la raza humana. Con Gandhi forma Mandela la pareja más enorme del liderazgo del siglo XX.
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Ni los grandes ideólogos imperiales de Oriente y Occidente, ni los más feroces guerreros pueden igualarse a estos líderes del humanismo. Porque los otros han creído más en sí mismos que en la humanidad, en la espada que en el testimonio, en el poder fáctico que en el poder del espíritu.
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Cuando Gengis Khan agonizaba llamó a su lado a sus hijos y los quiso evaluar cuál era el más apto para sucederle. Les hizo la siguiente pregunta: ¿Cómo lo haríais para derrotar a un enemigo muchas veces superior en armas?

Ninguno supo responder…y la respuesta era extraña y ajena a los ritos de las armas a la que ese pueblo estaba habituado: “Con la fuerza del espíritu”. Esa fuerza que hincha los ánimos en la adversidad y permite perseverar en una fe inquebrantable…una fe de largo aliento y de extenso horizonte, una fe porfiada e invencible.
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Esa fuerza de espíritu fue la que venció en el caso de los antiguos cristianos, en los griegos frente a los persas, en América frente a Inglaterra, en Mao, en la Rusia revolucionaria y en la India de Gandhi, en Vietnam ante América y en tantas jornadas en que la minusvalía aparente de los débiles  se levanta con prepotencia celestial hasta lograr vencer a los poderosos del mundo.
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Y esta victoria de Mandela sobre los impulsos de la venganza y el odio, es la victoria del espíritu. Es el monumento que se debe exponer más alto sobre  los otros monumentos que han levantado los que desmienten la humanidad del hombre: más alto que los monumentos a los césares imperiales, a los Atila, Napoleón, los Mussolini, los Hitler y tanto tirano rastrero y menor que proliferan en nuestra América Latina. Seres que han venido a empaparse de la sangre de  otros para transitar la degradación infernal de su destino.

Cuando nace y obra alguien tan sabio y grande como Mandela, sólo cabe decir que su legado debe ser cuidado con esmero, “para no arriesgar al peligro de exponer su sabiduría a favor de los locos”, como bien lo advertían los sabios  Hegesias y Teodoro.    

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