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martes, 22 de octubre de 2013

22-10-2013-KRADIARIO-

LOS FAGOCITARIOS
Por Hugo Latorre Fuenzalida.

Montaigne recordaba en sus Ensayos que  la respuesta que dio Antístenes a quien le preguntó por el mejor aprendizaje, fue:”desaprender el mal”.

No sé si lo correcto es decir “desaprender” o  “rechazar”. Claro que es más profunda la palabra desaprender, pero es más moderna la palabra “rechazar”. Porque vivimos la relación sujeto-objeto ente la realidad, lo que nos hace ser tremendamente “ideologizados y, por tanto, prejuiciados y superficiales. 
 
En cambio la palabra “desaprender”es más Heideggeriana, es decir va más a la raíz etimológica, porque cuando se desaprende algo es por que primero se le ha conocido, saboreado, vivido existencialmente, que es la forma más humana de saber.
Es un poco lo que acontece con el Papa Francisco y el Vaticano. Los males de la Iglesia los ha vivido existencialmente, entonces ahora, como bien aconseja Antístenes, los puede “desaprender”, que es como aprender en regresión, sin abandonar su encarnamiento y sus anatómicas expresiones. Es como hacer un análisis desestructurante, pieza por pieza, una operación de desmontaje, de “deconstrucción”, que no es sólo intelectual, pues es también sensitiva.

Acá, en nuestra república inmodesta, pensamos, desde el discurso oficial, que “las instituciones funcionan”, pero esa frase es engañosa, como los relojes que “funcionan” pero con retraso o con intermitencias. Por lo demás, también los relojes funcionan cuando  se echan a andar para activar una bomba.
De pronto, en este Chile de los mitos perdurables y anquilosadas posturas,  alguien, en el estamento del poder piensa que hay que “desaprender” el mal instalado y renuncia a militar en un partido o renuncia  aceptar un cargo; porque piensa que hay que “bajarse” de ese vehículo, ya sea porque se avanza más andando solo y al margen, o porque de seguir montado, o subirse, será víctima de la catástrofe que, él  o ellos, la perciben como inminente.

No hay que preocuparse por el hecho de que los movimientos que van al despeñadero puedan seguir sumando adeptos y triunfos: “¡O seculum ignaro et infacetum!” (¡O siglo ignorante y torpe!), decía Catulo, a lo que se suma el comentario tan indesmentible que nos regala aguda sabiduría:  “A medida que tienen menos espíritu, necesitan más cuerpo”. ( Montaigne).
Y nada hay más tonto que oponerse a tantísima autoridad de tan antiguos  y probados autores.

Entonces, quienes se desmarcan, se bajan o renuncian, gozan del beneficio de la prudencia, lo que puede ir acompañado, a veces, de la decencia, la sensibilidad o el hastío.
En todo caso, quienes sostienen estas posturas son, en alguna medida, heroicos, puesto que para el ser humano -mamífero gregario y achoclonado-, le es casi contranatura renunciar a la protección del rebaño y disponerse al riesgo de las agresiones, propias de  esta mundana selva, en la que siempre abundan las alimañas. Pero sólo los espíritus elevados son capaces de buscar soledades y volar alto, como decía otro grande, como fue Tolstoi.
 
No se dan cuenta, los que se quedan preso del entusiasmo baladí de lo circunstancial, que están en proceso de fagocitar su propia historia, o más bien, que avanzan fagocitando su tiempo hasta devorar sus energías, en una especie de entropía. No pueden saberlo, pues están demasiado involucrados en el tropel, impedidos de levantar la vista. Solo avanzan, no importa que el destino  sea dar vueltas en círculos, como una maldición,  o aproximarse al despeñadero. Ni siquiera se darán cuenta  cuando caigan al vacío sus adelantados, como la piara de cerdos evangélica, pues los posee una especie de espíritu  demoniaco, arrebatado y suicida. Su única posibilidad es correr, huir hacia adelante.
Esta viene siendo una generación política profundamente fagocitaria. Se han comido los intereses y el crédito democrático; se han devorado el entusiasmo de sus juventudes; no han podido forjar ningún intelectual de peso, pues  han ingestado el espíritu de sus mejores cerebros. Este es un mal tan profundo, que sólo los que sepan de profundidades lo podrán percibir; los demás vivirán al día, gozando de la suave brisa de la mediocridad y de la llevadera estación de los inocentes. Pero como el hambre de los fagocitarios es incontenible, las instituciones que  se han creado seguirán funcionando, como un cronómetro retardado, pero que terminara, indefectiblemente, por activar la carga que mantiene atada y pendiente de su arrítmica marcha.

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