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viernes, 23 de agosto de 2013

23-8-2013-KRADIARIO-EDICIÓN N°867 

A LOS 40 AÑOS DEL GOLPE
 
Por Hugo Latorre Fuenzalida

A cuarenta años del golpe militar en Chile cabe meditar sobre ciertos temas:
1.-Qué calidad de militares tenemos.
2.- Qué calidad de políticos tenemos.
3.- Qué calidad de chilenos somos.

¿Qué calidad de militares tenemos?
Mirando y comparando, a través del planeta, creo que tenemos una condición militar-humanamente hablando- no muy distinta de lo que es el promedio de esa categoría profesional, es decir no confiable para destinarle misiones de gran repercusión civil o política. No porque todos ellos sean  de desconfiar, sino que por su verticalidad del mando, si toca un jefe de criterio cuestionable o de sesgo algo paranoico, los resultados serán, casi con cien por ciento de certeza, desastrosos. Esa fue la experiencia chilena de la última dictadura, de las pasadas y de las matanzas que han hecho cada vez que se les dio o se tomaron licencias para actuar sobre la sociedad civil. Lo mismo vemos que  ha acontecido en todas partes donde los militares intervienen en conflictos internos.
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No sabemos su solvencia  profesional, pues  guerras no hemos tenido hace tantas décadas que es imposible evaluarla. Todo lo que se diga al respecto es pura mitología o imaginación. No hay pruebas efectivas, concretas en más de un siglo.
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Lo cierto es que fueron formados según un pensamiento ideológico de “guerra fría”, pensamiento que fue remarcado durante las dos décadas de “pinochetismo”, donde la alianza con la derecha civil, una de las más feroces del mundo, no hizo más que remarcar ese sesgo ideológico. Chile no ha abordado con seriedad el tema de las Fuerzas Armadas, y es un tema importante.
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¿Qué calidad de políticos tenemos?
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Casi no es necesario insistir en la calificación de nuestros políticos, pues ya la sociedad los ha condenado cada vez que se les consulta. Lo extraño es que se siga votando y eligiendo a los mismos. Lo cierto es que así como existió una pandilla de criminales dentro de la conducción del ejército, también es verdad que los partidos políticos chilenos han sido dirigidos por pandillas detestables: los de la derecha son ciegos conductores de ciegos, de fuerte corte fascista y tremendamente chambones a la hora de actuar en la cosa pública.
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Los llamados “progresistas”, resultaron ser unos defraudadores del poder. Dijeron representar algo de lo cual se desdijeron apenas alcanzaron el mando. Se transformaron en otro club de poder y se multiplicaron en verdaderas pandillas partidistas, sin ningún criterio de Estado ni de fiadores democráticos; simplemente han velado por cautelar sus particulares intereses y se han rodeado de lealtades clientelares y compromisos de poder que les permiten perpetuarse a pesar del repudio generalizado.
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Ni siquiera poseen grandeza política, como hombres de Estado, lo que haría perdonables sus debilidades humanas, sino que operan con visión de corto plazo y dejando pasar tareas que son urgentes para no acumular déficit y tensiones a las generaciones venideras. Lo único urgente en sus agendas, son los tiempos de elecciones.
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¿Qué calidad de chilenos somos?
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Para empezar, somos un pueblo de características “andinas”. Se les atribuye a estas poblaciones una personalidad marcada por la resignación, la dureza de trato, y la falta de vuelo imaginativo, también el ser verticales como las laderas de sus montañas y sufrientes de un brutal  autoritarismo en el trato, además de rigidez psíquica y sequía de espíritu.
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Es decir, somos un pueblo con propensión al conservadorismo, al autoritarismo de sus mandatarios, a la segregación de sus pueblos, a la cortedad de la palabra- como golpes de viento andino-, y al desmadre en sus actos, como explosiones volcánicas.
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Por eso somos propensos a los caudillos y a tener poca estima de sí mismo, como personas, dos condiciones que no facilitan el ejercicio democrático. Es decir, nuestras democracias  estarán deformadas por ese espíritu caciquista de las élites, adosado al espíritu resignado y sumiso de sus pueblos.
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Nadie puede explicar la permanencia de un régimen tutelado, luego de tantos años de retorno a un supuesto régimen democrático. El “miedo” por sí sólo no lo puede explicar, pues el chileno  más que cobarde es hipotímico (baja confianza en sí).
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Todo esto nos lleva a pronosticar que los poderes de los poderosos seguirán todavía vigentes hasta que se agoten por sus propias falencias y descomposiciones, como sucedió con la Roma imperial y tantos dominios que han caído, no por el valor rebelde de sus pueblos sino que lo han hecho por la descomposición de sus élites.

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