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miércoles, 13 de marzo de 2013

COLUMNISTA
LA CONCERTACIÓN LEGITIMÓ EL MODELO ECONÓMICO DE PINOCHET

Por Felipe Portales


El liderazgo de la Concertación debiera explicar porqué los cambios económicos más trascendentes que realizaron sus gobiernos (las reformas laborales y tributarias efectuadas a comienzos de los 90) –y de los que más se ufanaron- contribuyeron a legitimar, consolidar y “perfeccionar” el modelo económico impuesto por Pinochet.
De este modo, Andrés Allamand hizo una evaluación extraordinariamente positiva de ambas reformas. Así, respecto de las reformas laborales señaló: “Tres meses después se logró acuerdo entre RN y el gobierno (de Aylwin). ¿Con qué resultados? En materia de despidos se mantuvo la propuesta del gobierno de incorporar la causal de ‘necesidades de la empresa’, pero frente al reclamo del trabajador no había derecho a reincorporación obligatoria y el empleador debía cancelar la indemnización con un recargo del 25% si el despido era injustificado.
Las indemnizaciones, a su vez, quedaron con un tope de once años. La negociación colectiva se mantuvo –salvo acuerdos en contrario entre las partes- en el ámbito de la empresa. En la huelga el empleador mantuvo el derecho a reemplazar trabajadores y estos a ‘descolgarse’ (…) A todas luces fue una buena negociación. Sin embargo, no todos lo entendieron así. La CUT y dirigentes del Partido Socialista expresaron –a mitad de camino entre la desazón y la indignación- que ‘se había abdicado frente a la derecha’” (La travesía del desierto; Edit. Aguilar, Santiago, 1999; p.249).

Sobre la reforma tributaria expresó que “fue relativamente fácil acordar con el gobierno (de Aylwin) los porcentajes del aumento una vez que se estableció que el IVA subiría (de 16%) a 18%. Los impuestos a las empresas volverían a calcularse sobre base devengada y subirían sólo del 10% al 15% (cifra muy inferior al promedio de todo el gobierno militar y al contemplado por el programa de la Concertación); se modificó el sistema de tributación de renta presunta a efectiva para la agricultura, minería y transporte (que se prestaba a grandes abusos y había sido un planteamiento del propio gobierno militar) y se aumentaron las tasas en los tramos más altos de los impuestos personales, manteniendo la exención para los más bajos” (op. cit.; p. 243).

Dado que dicha reforma implicó una significativa alza del IVA, el propio Edgardo Boeninger –citando a Mario Marcel- reconoció que “la reforma fue relativamente neutral desde el punto de vista distributivo en tanto que parte importante de las medidas racionalizadoras fueron transadas en el proceso de negociación política” (Democracia en Chile. Lecciones para la gobernabilidad; Edit. Andrés Bello, Santiago, 1997; p. 480). A su vez, Allamand reveló que “el PS, ajustándose al programa de la Concertación, quería que toda la reforma se financiara con impuestos directos y exigió que el incremento del IVA también fuera hasta 1993 ¡Buena idea! Su argumento era conceptualmente correcto, aunque después el PS y la propia Concertación lo olvidó. El IVA es un impuesto regresivo, ya que castiga a la población que destina virtualmente todo su ingreso a consumo” (Allamand; pp. 243-4).

Todo esto condujo a que Allamand recordara en 1999 que “a principios de 1991 –el primer año pasó volando- yo escribía que Chile había ‘conjurado una doble amenaza: la proveniente de los proyectos primitivos del gobierno en materia tributaria y laboral’.
Agregaba que ‘las concepciones originales de ambas reformas, que sufrieron importantísimas alteraciones durante la tramitación legislativa, constituían objetivamente un lastre para el desarrollo y hubieran herido letalmente al sector productivo’”; y que “con ocasión de un seminario, a mediados de año apareció en Chile el profesor Arnold Harberger, el ‘padre’ de los Chicago boys. Y cuando sus alumnos esperaban que avalara sus críticos puntos de vista que demolían el manejo del gobierno, Harberger sorprendió a todos con su respuesta: ¿Qué nota le pone al manejo económico? –Un 6,7. Chile mantiene la mejor economía del mundo. Yo, más que rápido, publiqué un artículo llamado ‘La opinión del maestro’, en la cual, apoyándome en las declaraciones de Harberger, planteaba que la centroderecha debía convencerse de que la ‘apropiación’ por parte de los adversarios de nuestro pensamiento económico era un éxito y no una derrota: no nos habían ‘robado banderas’ ni nada parecido (‘no hay mayor triunfo político que la adhesión de los rivales’). Si queríamos que la economía de mercado fuera un proyecto nacional, es decir de todos, no podíamos pretender administrarla en exclusiva: algunas veces los conductores serían nuestros adversarios” (op. cit.; p. 250).
Y Harberger volvió a Chile, ya terminado el gobierno de Bachelet, reiterando sus conceptos sumamente elogiosos, ¡esta vez sobre todos los gobiernos de la Concertación!: “En los gobiernos de Aylwin, Frei, Lagos y Bachelet ha habido uno o dos de este grupo (Chicago Boys). Todo eso produjo aquí una cultura económica que es muy fuera de lo normal en Latinoamérica. Uno no encuentra acá la misma lucha ideológica. Yo asistí en Cartagena a una reunión de la Asociación de Bancos de Colombia, y cuando llegué estaba hablando Ricardo Lagos, ex presidente de Chile. Y él estaba dando lecciones de economía, de regulación bancaria, y no pude encontrar una frase que no hubiera sido pronunciada por un profesor de Chicago en mi tiempo ahí, pura economía, no más. Uno ve a los diferentes partidos políticos en Chile, sus plataformas económicas, y difieren en milímetros, en centímetros, no en kilómetros. No son muchos los países que han logrado ese grado de consenso referente a la conducción de la política económica” (El Mercurio; 19-12-2010).
 Y consultado expresamente si “¿ve algunas similitudes entre las políticas que se aplicaron durante el régimen militar y las del Chile actual?”; Harberger contestó: “Bueno, yo creo que ha habido una gran evolución de política económica en Chile durante el período del gobierno militar, y una vez que se formó el equipo de Patricio Aylwin con Alejandro Foxley y otros, ellos siguieron el mismo rumbo que los gobiernos anteriores, y eso ha seguido hasta hoy día que yo sepa” (op. cit.).

El hecho de que esta entrevista -ampliamente resaltada en una edición de Reportajes de El Mercurio del domingo- no haya merecido ni la más mínima objeción (ni menos molestia) de parte de algún dirigente de la Concertación, y de que hasta la fecha no haya existido ninguna autocrítica profunda de la “apropiación” del modelo económico chicago-boy por parte del liderazgo concertacionista; nos revela que el neoliberalismo se infiltró en ellos hasta la médula de los huesos…



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