kradiario.cl

viernes, 8 de marzo de 2013

FILOSOFÍA Y SOCIEDAD

MAX WEBER: EL DESENCANTO DEL MUNDO MODERNO

Por Christian Schwaabe (*)


El economista y sociólogo Max Weber (1865–1920) se cuenta entre los más importantes pensadores del siglo XIX. Para Karl Jaspers, Weber fue incluso el "alemán más importante de nuestra era". Y eso no solo porque Weber sea uno de los padres fundadores de la economía social moderna, sino porque sumó su minucioso análisis sociológico a una permanente preocupación por las grandes líneas de desarrollo social.


En este sentido, Weber, por ejemplo, no sólo analizó al capitalismo moderno -en su calidad de fenómeno probablemente más significativo de la modernidad- desde un punto de vista sociológico, sino que se preguntó también sobre la importancia que tendría para el "destino de la humanidad". La base para tales preguntas es el análisis de Weber sobre aquello que como "racionalismo occidental" transformó al mundo occidental hasta en sus fundamentos y condujo a un trascendental desencanto del mundo moderno.


El siglo XIX trajo un profundo cambio para las sociedades de occidente, cuya dinámica e intensidad no tienen parangón histórico. Las transformaciones económicas y políticas, sociales y culturales son inmensas. La historia de occidente está marcada por un proceso de racionalismo e "intelectualización" que se extendió por un siglo, y cuyo gran motor fue el avance triunfal de las ciencias modernas. Estas pusieron en marcha una forma específica de "progreso", entendido como la "progresiva racionalidad técnica de los medios", según la cual el ser humano creó cada vez mejores medios para la dominación del mundo. El racionalismo occidental es un racionalismo de la dominación del mundo. La racionalidad occidental específica, representada en las ciencias y la técnica, promueve una sobria y sistematizada concepción del mundo basada en el conocimiento.


„Politeísmo de los valores“


El racionalismo occidental inventa siempre mejores y nuevos medios técnicos; sobre los fines y objetivos, por el contrario, cada vez tiene menos que decir. Por esta y otras razones, Weber califica ese desarrollo como extremadamente ambivalente. Con prudencia coloca siempre "progreso" entre comillas. Parte del diagnóstico weberiano de la modernidad es un inequívoco pesimismo en relación a la posibilidad de la libertad individual. La dominación de la ciencia, la burocratización y el capitalismo como "fuerzas fatídicas" de la vida moderna parecen amenazar más que fomentar la libertad y autonomía del ser humano. Son famosas las pesimistas palabras de Weber de su Ética protestante: "Nadie sabe todavía, quien vivirá en el futuro en esa carcasa y si al final de este descomunal desarrollo habrán profetas totalmente nuevos o habrá un poderoso renacimiento de los antiguos pensamientos e ideas, o –si no sucede ni una ni otra cosa– se dará la petrificación mecanizada, cruzada por una especie de voluntarioso creerse importante. De ser así, podrían volverse verdad estas palabras para definir al "último ser humano" de ese desarrollo cultural: "Personas tecnificadas pero sin espíritu, personas de placer pero sin corazón: la nada imagina haber subido a un peldaño nunca antes alcanzado por la humanidad".


La sociedad capitalista moderna amenaza con tragarse al ser humano. Ni la filosofía ni la ciencia tienen acceso a aquella "verdad" que les permitiría orientar su actuar de manera vinculante y libre de dudas. La unidad de la razón se fracciona en una multitud de racionalidades, y en el lugar de lo bueno y lo justo o de lo cierto y lo que debe ser, ingresa un "politeísmo de valores": la yuxtaposición o contraposición de los más diversos y altos valores y últimos fines que sirven de orientación a los seres humanos.


"Por supuesto que esta suposición que les estoy exponiendo aquí parte siempre de un contexto objetivo: que la vida, mientras esté basada en sí misma y sea entendida a partir de sí misma, solo conoce la eterna lucha entre aquellos dioses. Hablando no figurativamente: la contradicción y por lo mismo la imposibilidad de liberar la lucha de las últimas perspectivas posibles para la vida, la necesidad, entonces: de decidirse entre ellos". Para Weber, el ser humano de la modernidad está condenado a una libertad radical, como poco tiempo después postularía también el existencialismo.


Teoría política sin juicios de valor


La ciencia obliga a Weber consecuentemente a una estricta "prescindencia de los juicios de valor", porque no puede zanjar la lucha de los valores. Lo que sí puede es ordenarla descriptivamente y permitirle por esta vía a los seres humanos tomar una decisión propia y en conciencia. Claridad y sentido de responsabilidad son los principios éticos guías presentes en la modernidad. "De esta manera podemos […] obligar al individuo, o por lo menos conducirlo en esa dirección, a dar cuenta ante sí mismo sobre el fin último de su propia acción."


El significado histórico intelectual de Weber no radica solo en que haya "descubierto" esa imagen de mundo específica de la modernidad, sino en que la haya llevado de alguna manera al concepto que visibiliza de manera clara la consecuencia que tiene, especialmente para la concepción de la política moderna. Weber se considera un ilustrado radical. Eso quedará también claro en el invierno de la revolución de 1918, cuando se presenta frente al estudiantado de Múnich para pronunciar su famoso discurso sobre la "política como oficio". Él sabe que su audiencia está esperando escuchar palabras que la guíen, directrices normativas en un mundo sin norte. ¿No debería la política, tras el horror de la guerra mundial y su devastación moral, mostrar ahora el camino hacia un futuro mejor y más humano? Weber le cierra el paso a todas esas esperanzas. El anuncia nada menos que "una noche polar de oscuridad y dureza gélidas". Y lo hace con la decisión y sobriedad que caracterizan todo su pensamiento.


Un llamado moral y una teoría política exenta de juicios de valor confluyen en la forma de ilustración política practicada en su época. La política, según Weber, no puede apoyarse en valores vigentes en general. Su esencia es mucho más la lucha, la lucha por el poder, la lucha por los intereses y los más altos valores que ninguna racionalidad podrá conciliar. Y para los realistas en sentido sociológico, el estado no es más que "una relación de dominación entre los seres humanos apoyado en el medio de la violencia [...] legítima". El que quiera perdurar en la lucha política, no puede ser un crédulo "ético de la convicción", debe dejar de lado toda transfiguración idealista, debe traer pasión, sentido de responsabilidad y habilidad para sopesar situaciones, pero sobre todo "un corazón resistente, a la altura del fracaso de todas las esperanzas".


(*) Trabaja en la Universidad Ludwig Maximilians en Múnich desde su habilitación cmo profesor de Filosofía Política. Es autor del libro en dos tomos Teoría Política (Politische Theorie - UTB, Segunda edición 2010).


Goethe-Institut e. V., Internet-Redaktion

No hay comentarios.:

Publicar un comentario