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viernes, 22 de junio de 2012

SUEÑOS CABRONES
El Chile real
 Por Hugo Latorre Fuenzalida.

Mi amigo Jorge, arquitecto colombiano, me sorprendió hace unos días diciéndome: “Tuve anoche un sueño cabrón, que me ha dejado todo el día encabronado”.

Es cierto que esta palabra no la usamos habitualmente en esta parte del continente, pero sí más al norte, y parece no tener, por allá, ese sesgo grosero, de mala palabra o vulgar que le damos acá en Chile.

Cabrón parece señalar una persona que actúa de manera intencionada para dañar, pero lo hace con tal habilidad y prepotencia que te deja sin armas para defenderte, sin salida; te mete en la trampa y pareciera que se goza de ver a la víctima-que es invariablemente uno- desesperar en tal situación, a la que te han llevado de manera engañosa o dolosa, pero con total éxito.

Casi todos hemos tenido esos sueños “cabrones” más de una vez. Acá le llamamos “pesadillas”. Pero la “pesadilla“, es un término genérico que abarcan diversas calidades de sueños inquietantes; en cambio un sueño “cabrón” se identifica con una pesadilla que te altera tu equilibrio emocional, pues toca fibras del inconsciente que, al parecer, gatillan obscuros pasajes guardados en la memoria profunda y que te producen un malestar que permanece bastante tiempo, ya en estado de vigilia. Freud y Jung se solazaron tratando de descubrir los significados de los más variados tipos de sueños. En cambio para nosotros casi no hay misterio en estos contubernios oníricos, ya que los significados no nos son tan misteriosos y los podemos develar a poco tiempo de despertarnos.

Así, luego de unos días, me quede meditando sobre la experiencia de mi amigo y pensé que sin necesidad de siquiera soñar, uno esta sometido a esos “encabronamientos”, pero que son producidos por personas o situaciones del diario vivir.

Son situaciones enojosas, injustas, atropellantes, que se repiten y reiteran como un mal sueño, de esos que se reproducen en la misma noche, en que te despiertas, te alivias de saber que es un simple pero molesto sueño, para luego que vuelves a conciliarte con la almohada, reaparece el mismo torturante episodio, como en esas películas de terror, donde las mascaras diabólicas te asaltan por todos los caminos o atajos donde uno intentas escapar.

Hace unos días tuve que ir para esos lados de Huechuraba, donde se han construido autopistas concesionadas a las cuales se accede de manera inadvertida. Por cierto ingresé sin darme cuenta, acostumbrado a las vías gratuitas, pero pronto me di cuenta que no me llevaba donde me dirigía; pero como no encontraba vías de salida, continué hasta llegar a unas garitas de peaje con sus respectivas barreras.

Ya era de noche, me puse frente a una de las garitas y le digo a la muchacha que deseo regresarme pues extravié la vía. Mi sorpresa fue enorme cuando me suelta con voz de sargento que esta es vía exclusiva y sin retorno; que la única manera de regresar es pagando el peaje y de esa manera puedo girar al otro lado de la barrera.

Pero hay otra área de giro antes de la barrera -le dije- pero está con cadena y candado. Así es señor, esta vía es sin retorno. Bueno-le señalé- pero si pago y retorno ¿cómo lo hago con la garita que esta del otro lado? Pues va a tener que pagarla también, pues como le digo, una vez que entra a la autopista no hay vías de salida, es todo sin retorno.

Pues así fue, tuve que pagar 4.400 pesos por darme la vuelta, lo que me dejó “encabronado” todo el tiempo de la reunión, que debió ser un momento de alegría. Me sentí burlado, estropeado, pisoteado; no por los 4.440 pesos, sino por un “sistema” kafkeano, que te aplasta como una cucaracha y te deja en un rincón sin posibilidad ni dignidad.

Así como en las autopistas alevosas, nos va aconteciendo en todas las pequeñas cosas del diario vivir: la cajera del automercado que te birla con el vuelto o con el total de la cuenta; con la casa comercial que te engaña con los intereses y recargos a tu tarjeta; con el cuidador de autos que te estaciona donde sabe te pasarán una multa empadronada; los mismos carabineros que se ponen a la vuelta de un disco “pare”, en que nunca se puede dilucidar si detuviste plenamente el vehiculo, y con tiempo definido por el mismo policía (quien es, además, testigo de fe, es decir nada que hacer); o están ahí para joderte de todas formas, por orden de los alcaldes, pues se requieren fondos para los malversados municipios.

Para qué escenificar los dramas de quienes enferman y deben soportar la antesala infernal de postas y hospitales, y luego el trato vejatorio o displicente del personal de turno; o la dantesca situación que deben vivir quienes caen en pleitos con la justicia que, sabemos o se sospecha, se ha vuelto tuerta en diversos escritorios y capítulos de sus asentamientos.

Ahora, si se le ocurre poner atención a los políticos, entonces si que el “encabronamiento” puede llegar a grados superlativos. Un ministro, como el de educación, que exhibe su genio pidiendo que le demuestren lo que se afirma como “acusación” sobre las transgresiones y tropelías del sistema educativo chileno. Aunque el 80% de los ciudadanos se lo ratifique en las encuestas, pues la autoridad sigue insistiendo en que no ha sido demostrado. En fin, ahora se lo tendrá que demostrar la justicia.

Entonces, usted termina encabronándose o dándose por vencido….o comprendiendo que para eso lo nombraron ministro de educación, es decir para “encabronarnos” a usted y a mí.

O cuando ve que los parlamentarios se suben sus asignaciones en 2 millones, en sus ya sauditas ingresos, mientras se regatea un alza de 10 o 20 mil pesos en el salario mínimo, que permanece crónicamente hambreado de carestía.

Entonces caemos en la cuenta de porqué se aprecia en el rostro de la mayoría de los chilenos esa expresión de “encabronado”. Como de esas personas que han pasado una mala noche, que han tenido un mal sueño, una pesadilla, un sueño “cabrón”. Y es porque estas vivencias del sueño y de la vigilia van quedando empozadas en el alma, activando un malestar con la vida que se vive, como si nos fustigara algo tan terrible como el odio de Dios.

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