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viernes, 23 de diciembre de 2011

QUIÉN PAGA Y QUIÉN ES MANDATADO EN LA TELEVISIÓN CHILENA


Por Hugo Latorre Fuenzalida

Los chilenos se han acostumbrado a vivir en lo que un filósofo como Adorno llamó la “mínima moralia”, es decir en la exigencia mínima, en el bajo perfil como hombre y como ciudadano. Los lastres de la dictadura son muchos, pero este es uno de los más durables y profundos, cual es el adelgazar el espesor de valía ciudadana que soporta a cada hombre moderno ante la vida en comunidad.

Es por eso, entonces, que los chilenos nos hemos acostumbrado a sufrir una televisión chabacana, mediocre, vulgar y masificante. Todos piensan que los dueños de esas empresas tienen derecho a hacer lo que bien les plazca. Lo que norma a la televisión es una reglamentación laxa y periférica. Nada que enderece la programación a un objetivo loable, superior, de superación humana y social. Las programaciones quedan a cargo de chusma encorbatada o despelucada, pero chusma al fin, y los resultados quedan a la vista; bodrios alevosos, sistemáticos y contumaces.

Eso es así porque se tiene un profundo desprecio por el hombre común. Creen que son piezas de un engranaje utilitarista, donde se puede escarbar y explotar sus debilidades e insuficiencias psicológicas y culturales hasta el punto de llevarles al delirio dionisiaco de la tontera, al desenfreno de lo ilimitado, a la prepotencia del descaro, a la degradación de lo miserable.

Pero lo cierto y verdadero es que esos que se adjudican canales de televisión como quien compra o vende papas, están doctrinariamente equivocados, en medio de un sistema categóricamente patologizado. La televisión es un medio de formación (o deformación) cultural cuyo poder e influencia debe ser socialmente (democráticamente) normado. Es una de las pocas cosas que no se pueden, ni se deben dejar al libre arbitrio de los negociantes privados.

Simplemente porque quién financia, finalmente, a esos canales somos los que consumimos los productos que los empresarios nos venden. Nosotros permitimos que obtengan esos excedentes que les permite la publicidad y la acumulación de capital para apropiarse de estos medios y transformarlos en otro producto que se vende como imágenes y mensajes a toda una audiencia que se debe tragar, pasivamente, las secreciones malolientes de su pústula imaginativa que aloja en sus cerebros.

Los empresarios son simples intermediadores de gestión, pero una gestión que debe ser supervisada y corregida por el Estado, ese Estado que somos todos los chilenos. Por eso cuando se formaron los canales de televisión en Chile, en tiempos en que aún éramos una sociedad democrática y con pretensiones de “Lichtung” Heideggeriano (esclarecer, dar luz), se entregó la propiedad a las universidades y a un Consejo de televisión que realmente velaba por enderezar las programaciones a elevar la cultura y la información.

Es por eso que un presidente de derecha, como Jorge Alessandri, se aseguró que la televisión estuviera normada por el Estado, por una cultura formativa y por una calidad elevada.

Pero cuando dejamos de ser Estado democrático, para pasar a ser coto de caza de los empresarios, entonces “se jodió Chile” y su cultura; su ciudadanía se esfumó y pasamos a calidad de gleba, de gañanería y simple consumidor autómata. Lo que importa ahora es el “business”, el puro afán mercachifle, la utilidad monetaria, la avaricia sin ornamentos, el despiadado imperativo del troglodita mercado.

Por eso nos hemos desdibujado como seres humanos y ya nos vemos, como decía una pintora uruguaya: feos, ricos y brutos. Bueno, lo primero y lo último debemos asumirlo, aunque lo intermedio es solo una mala forma de decir que convivimos tiburones con sardinas en un mismo charco maloliente. Y por Dios que es difícil convivir con gente pasotista y bárbara, agregaba la excelsa intelectual y refinada artista. Nada hay más feo que acceder a bienes que nos achatan antes que ennoblecernos. Parecemos esas imágenes de la famosa saga del “Planeta de los simios”, donde se posee cierto uso tecnológico que se percibe grotesco ante unos seres peludos y toscos, verdadera contradicción en esencia. Ser y parecer, dice el viejo dicho latino; pero ni somos y queremos aparentar serlo, dos faltas que agravan el defecto.

En fin, estamos entregando una soberanía valiosa a gentes sin valores, a aquellos que sufren de una oquedad en la cabeza y nos están ahuecando el cerebro al resto, como una epidemia de Alzheimer. Todo por unos pícaros pesos y por una falta de sesos en la élite nacional, que de élite lleva el puro traje, puesto que “Salamanca no presta lo que natura ha negado”.

Elevemos una plegaria a los dioses para que algún rayo misterioso mate a esta “Bestia triunfante” y la expulsemos, como quería un día el grande de Giordano Bruno, aunque para eso nos quemen vivos, como hizo la Inquisición con ese genial Nolan

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