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domingo, 17 de abril de 2011

¿SOMOS UNA SOCIEDAD CAMINO A LA DECADENCIA?

Por Hugo Latorre Fuenzalida

El historiador Arnold Toynbee, en su “Estudio de la historia” planteaba que las sociedades pasan por etapas que asemejan a los organismos: una fase creativa, una fase de civilización ( o madurez estable) y otra de decadencia. Cuando esas sociedades pasan de la fase creativa a la de civilización, ya sus elites se instalan de manera apoltronada y las generaciones sucesivas irán perdiendo la mística generatriz de nuevas oportunidades surgidas desde la voluntad y el genio, para reemplazarlas por el oportunismo y el ventajismo.

Desde esa plataforma acoquinada se lanzan prontamente a la decadencia, que es la incapacidad de administrar los valores estabilizadores de la sociedad, comenzando a ceder a los contravalores disolutivos de la misma: corrupción, nepotismo, arbitrariedad, autoritarismo, despotismo, sectarismo, etc.
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“La decadencia de Occidente”, la obra de Spencer, plantea también algo similar: cuando las minorías creativas se transforman en minorías instaladas, se abren las puertas de par en par al proceso de las minorías autoritarias, esas que se imponen no por sus cualidades, sino por sus poderes represivos, coercitivos, del dinero e institucional. La facción aristocrática (de los mejores) se mezcla con la de la plutocracia (los impenitentes) y de ello sale la semilla de la decadencia opulenta.
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Chile no ha sido, y nunca será, imperio- tampoco una sociedad opulenta- pero sufre o experimenta, de alguna forma, el proceso de las minorías que siendo creativas acceden al poder, forman una especie de gobierno más o menos estable y luego se corrompen de manera visible y decaen, hasta que abonan el proceso de su “desalojo” desde las estructuras del poder.
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Podríamos ejemplificar los períodos como el del “desarrollismo” que parte desde 1938, con los gobiernos radicales, y se extiende hasta 1973, con el gobierno de Salvador Allende.
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Esta etapa desarrollista fue de enorme creatividad (minorías creativas); desde ese tiempo vienen las teorías del desarrollo, de la planificación, de la industrialización sustitutiva, de los pactos regionales y subregionales, de las reformas agrarias y de modernización industrial. También estuvo la inquietud de reformas sociales inclusivas, de participación ciudadana y de elevación de los niveles de educación. El Estado se hace cargo del fomento de lo económico como de lo social, auspiciando una sociedad encaminada hacia mayores niveles de justicia, equidad y progreso horizontalizado.
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Con todo, la rémora social era más extensa y profunda que el potencial de progreso económico adelantado por la modernización productiva. Por tanto la prisa por acceder a las bondades del desarrollo también resulto en ser más urgente y dinámica que la posibilidad de realizar los cambios estructurales que se requerían, en aras de transformar a Chile en una sociedad moderna.

El ataque al sistema vino de ambos extremos: el ataque del “proletariado” interno y de los “bárbaros” externos (término que Toynbee reproduce de la experiencia del imperio Romano) que ante la impotencia del sistema para reproducirse de manera eficiente (progresiva), buscan asaltarlo desde sus flancos económicos (la derecha nacional e internacional) y sociales (la izquierda).

El colapso del sistema desarrollista termina en el triunfo final del autoritarismo cruento de los “bárbaros” que atacaban desde la barricada de derecha, con lo cual se comienza a instalar una nueva “minoría creativa” que propone e impone un modelo totalmente opuesto al que ya ha caído vencido por los fusiles y los tanques, amén de sus propias contradicciones e incompetencias, que serán, finalmente, las más confiables causas de su derrota.

Se impone un nuevo modelo llamado “neoliberal-globalizador”, pues el de Chile es el único modelo auténticamente liberal instalado en el mundo; el más puro y fundamental, el más audaz y perseverante. Este modelo ha ido echando raíces profundas y se nutre de las fuentes ideológicas más literales expuestas en los textos ortodoxos que se exhiben en los anaqueles de las academias de Chicago.

La fase violenta de estas “minorías creativas” (1975-1988), es continuada por la fase endulzada del ejercicio pseudo democrático, que se introduce en Chile desde 1989, pero que no hace más que continuar profundizando las bases legitimantes del modelo neoliberal.

En consecuencia, estas dos etapas del mismo modelo civilizatorio neoliberal, han contado con casi cuarenta años de dominación. Es tiempo de analizar, entonces, en qué etapa estamos: en la de las minorías creativas, en el estado estacionario de la civilización o en la de franca decadencia.

Es difícil establecer referencias en países como los nuestros, donde todo está mezclado y nada es completo o exhaustivo. Aquí, en nuestra subdesarrollada región, las vanguardias creativas vienen ya corrompidas; las élites dominantes de la etapa civilizatoria se transforman en clubes corporativistas del poder centrípeto y defraudatorio, y los gobernantes de la fase decadente sólo atinan a “popularizarse” hasta lo patético, para poder ser aceptados dentro de su descompuesta e impresentable fisonomía.

En consecuencia, la corrupción cruza de punta a punta, y de comienzo a fin, las etapas de los regímenes que nos dominan, por lo que siempre estamos con un pie en la creatividad y el otro en el estribo de la decadencia. Pocos son los espacios de estabilidad civilizatoria que podemos hallar en nuestra geografía y nuestra historia. Cuando estamos en el cénit de nuestro éxito, se traduce, necesariamente, en que comparativamente con otras partes más experimentadas y civilizadas del planeta, estamos caminando hacia un “crepúsculo veneciano”, a una especie de caída lenta pero persistente.

La decadencia parece ser nuestro sino, la corrupción su alma y el relativismo nuestra impronta, sin embargo somos creativos, a pesar de todo, aunque para tareas que no necesariamente nos llevan a una mejor civilización.

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