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domingo, 27 de marzo de 2011

Hablemos de Democracia

Por Wilson Tapia Villalobos

Me temo que a la palabra democracia le está pasando lo mismo que a otros términos que, por gastados, entraron en descrédito. Entre ellos, revolución, política, izquierda, socialismo, cielo, infierno, justicia, institución religiosa. Y si la felicidad se puede alcanzar con una Coca Cola, algo extraño ocurre.

No descubro nada extraordinario con decir que entre el poder y los medios -ambos en estrecha colaboración y dependencia- están desdibujando todo lo conocido. La sociedad virtual en que vivimos se basa en el individualismo. Y a éste se le somete por el miedo. Si hay que mostrar ilusiones, allí están los escaparates llenos de productos. Los malls son ahora los bucólicos paseos que se podían imaginar con una naturaleza esplendorosa. Para muchos, George Orwell habría dado muestras cabales de iluminación al escribir su 1984. Hoy, el Gran hermano existe. Tal vez no con la quirúrgica desfachatez que se puede crear en una novela. Pero el Ministerio de la Verdad se parece mucho a los actuales ministerios de Información. Y el Ministerio del Amor podría acercarse a lo que es uno del Interior o de Gobierno. En definitiva, la amarga ironía que muestra la cara de una dictadura atroz.

Quienes vieron al Gran Hermano en la proliferación de cámaras que hasta graban conversaciones en áreas públicas de Londres, puede que se extralimitaran. Pero la intensidad de la visión es sólo en la forma, no en el fondo. El objetivo que se persigue allí, en el ciberespacio, en el manejo de los medios, en la falta de transparencia política, en la manipulación de la justicia, en la hipocresía de las relaciones internacionales, es el mismo que animaba al Gran Hermano.

¿Se puede luchar por la democracia bombardeando a un país soberano? ¿No será más coherente predicar con el ejemplo? Tal vez el presidente francés, Nicolás Sarkozy, olvidó que persiguió a los gitanos hasta expulsarlos de su país. Y que bajo su administración se prohibió el uso del chador en lugares públicos a las mujeres musulmanas. Y todo eso dentro de una estructura democrática que nadie se atrevería a denunciar.

La democracia que predica el presidente Barack Obama tiene el mismo olor y color de petróleo que la de sus antecesores. Barcos, aviones y submarinos norteamericanos sirven de base para bombardear Libia.

Parece justo preguntarse por qué no se aplica una mirada similar a Arabia Saudita, que tampoco tiene un régimen democrático. O a Bahrein. ¿Por qué las resoluciones de Naciones Unidas (ONU) que respaldan las posiciones de las grandes potencias occidentales son cumplidas tan eficientemente y no ocurre lo mismo, por ejemplo, con las que condenan a Israel? ¿O por qué Estados Unidos, que justifica su intervención en cualquier parte del mundo como una acción de protección a los DD.HH., aún no aprueba el Tribunal Penal Internacional y presiona para que otros lo desconozcan?

El nuevo orden mundial está recién dibujándose. Pero queda claro que el poder sigue manipulando a su antojo a las instituciones. Y no se trata de una cuestión solamente política. La controversia por los abusos del poderoso cura Fernando Karadima, que hoy sacude a la Iglesia Católica chilena, es una demostración de ello. El sentido de cuerpo provoca reacciones que van más allá de lo que podría esperarse de pastores imbuidos de religiosidad. En este caso, la Justicia chilena también mostró su obsecuencia frente al poder. La investigación al sacerdote estuvo cerrada hasta que el Vaticano estableció su culpabilidad.

Es posible, siempre es posible, que la explicación de todo este cambio esté en el cambio mismo. Lo que nos trae el presente es la pérdida de la inocencia. Aceptar que sardinas y tiburones reproducen su proceder en el mundo humano. Y que siempre ha sido así. Pero hasta hace algunas décadas, mujeres y hombres preferían pensar que nuestra humanidad se afincaba en poder superar la calidad de sardina apelando a la “madurez” humana del tiburón. Incluso en algún momento también se creyó que las sardinas unidas jamás serían vencidas. Y a lo mejor, tenían razón. Pero los tiburones fueron más inteligentes, metieron cuñas entre las sardinas. Las encadenaron con embelecos y créditos para adquirirlos, y las asustaron con la violencia de la que sólo los tiburones podían defenderlas. Y como los argumentos venían en vivo y en directo, las sardinas sucumbieron una vez más.

No había qué soñar. Esa es la pérdida de la inocencia que, quizás, comenzó con el fin de la Segunda Guerra y el holocausto nuclear. Es posible que las sardinas aún no se den cuenta, pero sin ellas, los tiburones no pueden vivir. Y, quizás, ese despertar es lo que está ocurriendo en tierras africanas. Claro, el poder trata de imponerse una vez más. Pero los extraños designios de la vida pueden sorprendernos nuevamente. Y en tales vericuetos, es posible que las mujeres tengan mucho que decir. Pero esta vez no cometiendo el error de querer incorporarse en una sociedad machista, sino crear una estructura equilibrada.

Para eso aún quedan muchas vueltas que dar. El poder no se entrega con facilidad. Y, lo que es peor, hasta ahora pareciera que siempre los tiburones, cambiando de cuero o visaje, han logrado imponerse. Es posible que ese sea el verdadero cambio que hoy nos traen los designios de la vida.

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