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domingo, 12 de diciembre de 2010

Hay golpes en la vida...

Por Hugo Latorre Fuenzalida.

Mucha gente comenta que este año ha sido abundante en desgracias: terremoto y maremoto, accidentes viales de proporciones, los mineros en Copiapó y otras explotaciones, incendio en la cárcel de San Miguel, etc.

Es cierto, los sucesos han sido estremecedores, pero si finalmente sumamos la cantidad en pérdida de vidas, veremos que es probable no supere lo normal de cada año.

Pero como decía el poeta peruano Cesar Vallejo: “Hay golpes en la vida, tan fuertes….¡Yo no sé! Golpes como el odio de Dios; como si la resaca de todo lo vivido se empozara un día en el alma”. Lo del terremoto de febrero y el incendio carcelario de diciembre han sido golpes fuertes, indudablemente.

Pero la tristeza alcanza, además del dolor de las pérdidas de vida, a dar con la verdad sobre algunas autoridades y políticos que nos dirigen. Los más patéticos suelen ser los ministros del Interior. Sufren de un síndrome beligerante desde que entran al Patio de los Naranjos.

Uno no sabe si los presidentes los nombran justamente por ser unos personajes con tendencias paranoicas o es que les surge por investidura una habilidad sospechosa y sospechante (suspicaz). El hecho es que todo el mundo se vuelve, de pronto, un enemigo, real o potencial.

Adquieren la estrechez mental del “funcionariato”. Creen que la lógica lineal y el “procedimiento” de orden, es lo primero y lo principal. Lo más peligroso de esta mentalidad quedó en evidencia en el incendio de la cárcel de San Miguel, donde se dice (no me consta) que los gendarmes, por seguir el procedimiento, exigieron revisar uno a uno a los bomberos, mientras los presos se asaban vivos. Algo parecido pasó con la desgracia de los conscriptos de Antuco: seguir la orden y los procedimientos de rigor, no importa cuán absurdo y criminal sea.

Somos un país, en ese sentido, muy estrecho de mente, muy regimentado, muy inflexible, y eso no es nada bueno, ahora, no era bueno en el pasado y es nefasto para el futuro, donde la flexibilidad mental y la teoría de juegos será lo que permita ubicarse en un mundo que se caracteriza ya por el exceso de incertezas.

El caso de Isla de Pascua, donde se debe seguir una orden judicial descriteriada y sin visión política, como si fuera ley de Dios y no admitiera ser administrada con estrategias alternativas, muestra lo desacertado de las políticas nacionales. No, señor, tiene que ser acatada al pie de la letra y echar la caballería encima; como el caso del Seguro Obrero o el de Santa María de Iquique y tantos otros, que lo que han hecho es dejar un reguero de muertos y víctimas, sin necesidad, sin razones de peso, sin justificación valedera. Todo por seguir el procedimiento, la orden judicial o restablecer el mentado “orden público”, cuando en verdad lo que domina es el peor desorden que pueda tener una sociedad, con abusos e inequidad desvergonzada, y avalada desde el llamado “ordenador” institucional, que es el Estado.

Es por lo mismo que no queda más que prever para Chile tiempos de caos creciente o represión sanguinaria. No seremos, como ya no somos, una sociedad virtuosa, democrática, tolerante y pacífica. No lo podríamos ser. Con el 40% de los jóvenes en edad de estudiar y trabajar que se encuentran exonerados de las dos funciones y se pasean por los barrios periféricos de las grandes ciudades esperando a que los enrolen en algún grupo de traficantes o rateros organizados.

En una sociedad que cree que los jóvenes desearán trabajar por un salario risible, si pueden cuadruplicar ese ingreso con casi ningún esfuerzo, es obcecación inocente de economistas y empresarios frívolos y sesgados el sostener que esa juventud no va a correr el riesgo de la aventura delincuencial. En toda América Latina se viene dando esa entropía social y Chile no será la excepción; es cosa de darse una vuelta por ciertos barrios periféricos, incluso por el centro de Santiago, en que después de las 10 de la noche ya se exhibe la antesala del infierno que se anuncia venir.

Nuestro destino será violento sea cual sea la alternativa que tomen nuestros opacos políticos. Si se desea hacer frente a la oleada de amenaza delincuencial, habrá represión y sangre, que será respondida, a su vez, con más muerte y violencia. Si no se hace nada y se dejan las cosas a su curso natural, con los actores y la situación social que hoy vemos, se desbordará la violencia, pues esa gente no está dispuesta a permanecer como simple espectador de la opulencia de unos pocos.

Cambiar radicalmente el destino de Chile, impone pasos revolucionarios, que ningún actor está en capacidad de asumir, ahora ni en el futuro predecible.

Seguiremos en manos de políticos pragmatistas (que no pragmáticos). La diferencia está en que el pragmático corrobora objetivamente resultados, en cambio el pragmatista usa como único parámetro sus prejuicios. Seguiremos soportando una tecnocracia obcecada por lo ideológico y sin visión de largo plazo. Reinará, por mucho tiempo una burocracia represora, castradora y negativista, sin capacidad de salirse de su triste rol carcelario y herrumbroso juicio humano.

Nadie en este país es capaz de dar el salto secular que se requiere para mirar el futuro desde una perspectiva alegre, optimista y positiva. El peso de la noche de nuestra mentalidad fatal andina o de los intereses pequeños de una real “lumpenburguesía”, que nos aplasta con su miserable y trepadora naturaleza; con una masa dejada en su incultura y levantisca agresividad volitiva, apta para ser moldeada a punta de fuego y hierro y domesticada a fuer de publicidad y diversiones alienantes.

Por eso es que a nuestro destino vale la pena ubicarlo en el decir del mismo poeta, cuando nos advierte y desafía a los poderes que se creen instalados para medrar siempre de sus privilegios espúreos: “El hombre pobre, pobre hombre, no sabe que sus vidas se componen sólo de días”. Y al parecer, nuestros días seguirán estando llenos de esos “Golpes como del odio de Dios”.

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