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martes, 23 de noviembre de 2010

Página Editorial Latinoamericana: Regreso al pensamiento único - Partido Liberal de Colombia

Diario TalCual de Venezuela
Regreso al pensamiento único


En el populismo seudodemocrático, el avance es más lento, progresivamente con todos los recursos del Estado comienza a desarmar la democracia, luego, transforma al ciudadano en súbdito (...) Desde el poder consuma siempre el objetivo de abolir una de las conquistas más fecundas del sistema democrático: el derecho de expresar las ideas

Por Sixto Medina

¿Qué está aconteciendo en América Latina? ¿Qué perversa ley histórica nos condena a retroceder décadas -cuando estamos luchando por afirmar la democracia- para volver a vivir dictaduras encubiertas en populismos encarnados en demagogos palabreros que encandilan a muchísimas personas atraídas aún al pensamiento mágico y susceptibles, por lo tanto, de creer en la promesa de un paraíso futuro que jamás llegará?

Los interrogantes imponen desentrañar este oscuro proceso que, de expandirse, nos conducirá a nuevas dictaduras.

¿Por qué cuando rescatamos la democracia, con mucha muerte y dolor, no sabemos defenderla cuidando y custodiando las instituciones republicanas, y por nuestra astenia cívica permitimos el abuso de poder, la reedición de sistemas que trabajan para ahogar las libertades y proscribir la justicia?

¿No fue aleccionadora la experiencia del siglo XX, cuando por los años cuarenta y hasta más allá de la Segunda Guerra Mundial se vivió subyugado por concepciones totalitarias?

Finalizado el conflicto bélico en 1945, mientras Europa occidental y Japón desarticulaban estructuras fascistas e imperiales y avanzaban con el rescate de la libertad hacia el desarrollo y la conquista del Estado de Derecho, en estas tierras se erigían regímenes antidemocráticos y líderes investidos de poderes absolutos bajo una máscara republicana por haber accedido al poder con el voto popular.

La memoria nos acerca los nombres de quienes gobernaron nuestros países en ese largo periodo donde el pensamiento único fue el cartabón común, y donde quien abrigara otras convicciones no era considerado adversario sino enemigo y se le negaba hasta el derecho a la justicia. Stroessner en Paraguay; Ibáñez en Chile; Banzer en Bolivia; Odría en Perú, Rojas Pinilla en Colombia; Pérez Jiménez en Venezuela; Trujillo en República Dominicana; Somoza en Nicaragua; Batista en Cuba; Perón en Argentina, y en España el régimen falangista de Franco.

El pensamiento único se entronizó así en nuestras tierras de Sudamérica y del Caribe, en el plano ideológico no es más que un sistema de ideas que guían el accionar de gobiernos dictatoriales o populistas, impuesto como dogma político para todo el país. La metodología para exigirlo radica en el origen, en dictadura militar aparece ya en las proclamas iniciales y se consolida en leyes e instrumentos jurídicos de facto supraconstitucional.

En el populismo seudodemocrático, el avance es más lento, progresivamente con todos los recursos del Estado comienza a desarmar la democracia, luego, transforma al ciudadano en súbdito; hace trizas la división de poderes; no admite la prensa libre, niega el derecho a la protesta; somete al Parlamento a sus designios; integra tribunales con jueces títeres; persigue a sus opositores; niega el derecho de propiedad privada, confisca y expropia, divide al pueblo y Fuerzas Armadas. Desde el poder consuma siempre el objetivo de abolir una de las conquistas más fecundas del sistema democrático: el derecho de expresar las ideas.

Y aquí cierro el artículo.

Cualquier semejanza con nuestra realidad nacional no es pura coincidencia, sino que queda a criterio del lector.


Diario El Espectador de Colombia
Nuevos tiempos para la política

No la vio fácil el Partido LIberal para sobrevivir en la oposición por más de una década.

De hecho, después de las pasadas elecciones presidenciales, muchos le auguraron la muerte. Otros cuatro años más por fuera del poder parecía demasiado tiempo y lo hubiera sido, en especial después de la triste votación que recibió Rafael Pardo en las elecciones de mayo.

Sin embargo, de la manera más inesperada, el presidente Santos no sólo conformó la coalición bajo la sombrilla de la unidad nacional sino que asumió una línea mucho más roja que azul en su programa de gobierno. La ley del primer empleo, la ley de víctimas y la de tierras fueron siempre liberales, como también lo fueron varias modificaciones tributarias que ha adelantado el Ministerio de Hacienda. César Gaviria y Horacio Serpa han renovado su influencia y, bajo una dirección más acertada que su candidatura, Pardo está posesionando el partido que ahora, de la mano con Cambio Radical, seguramente hará un trabajo significativo y disciplinado en el Congreso.

¿A qué se debió el cambio de rumbo? Algunos analistas sugieren que, como buen estratega, Santos prefirió alejarse de partidos que, como el Conservador y el de la U (el partido de Álvaro Uribe),  iban a estar inmersos en varios procesos por corrupción después de ocho años en el gobierno y alinearse mejor con unos que, por vivir la escasez propia de la oposición, habían logrado despojarse de mañosos gamonales.

Otros analistas sugieren que tal movimiento era inevitable pues finalmente los liberales, junto con Cambio Radical, son los dos únicos partidos de la Unidad que de hecho tienen agendas programáticas. También están los analistas más moderados que sostienen que el presidente Santos, contrario a lo que se viene sugiriendo, tiene contentos no sólo a los liberales sino a todos sus aliados y que salvo algunas voces dispersas, en particular del Partido Conservador que se ha quedado sin líderes fuertes y visibles, la Unión está funcionando y dará buenos resultados.

Tal como van las cosas, los analistas parecen todos tener algo de razón. El giro liberal y progresista sí se ha dado y tiene disgustados, como era de esperarse, a algunos de los miembros más insignes del Partido Conservador y del Partido de la U, quienes ahora están reivindicando su ideología y hablan de echar para atrás proyectos del Gobierno y avances de la Corte Constitucional. También están disgustados algunos miembros cuyas cuotas burocráticas han mermado y, en general, la Unión se ha dividido en dos facciones: unos, los que presentan los programas y, otros, los que los resisten. No obstante, la divergencia no parece sugerir fracturas, independientemente del ruido de algunos congresistas que, por lo demás, se ha magnificado.

La Unidad Nacional seguramente va a continuar y con ella el buen futuro de varios de los proyectos del Gobierno, a pesar de algunos tropiezos iniciales. También va a continuar el predominio de los programas sobre los personajes y la calma del Presidente frente a las diferencias incluso al interior de sus propios aliados. Todo esto con consecuencias muy positivas para la política del país. Los liberales y Cambio Radical se consolidan llevando la bandera por sus ideas lo que hará, de manera inevitable, que los otros partidos asuman la misma estrategia. El hecho de que algunos conservadores hayan sacado a relucir sus tradicionales valores en las últimas semanas, y se hable ya de una “ola goda”, es el síntoma más claro de que no sólo de favores se hablará en la política. Cierto, las reivindicaciones son todavía torpes, improvisadas y sin norte, pero lo que parece claro es que las ideas se han hecho de nuevo necesarias y los partidos que no las tengan enfrentarán dificultades, por lo menos, en los poderes nacionales.

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