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jueves, 18 de noviembre de 2010

José Tohá: Las huellas que apuntan a su asesinato

Por Mónica González y Juan Andrés Guzmán
CIPER.

Algo que no voy a olvidar es el estado extremo de caquexia en que se encontraba el señor Tohá, un estado de desnutrición irrecuperable… por tal razón considero imposible que él se hubiera suicidado ahorcándose por sus propios medios”. La declaración del médico criminalista Alfonso Chelén, uno de los primeros en examinar el cuerpo de Tohá, quien murió en la habitación 303 del Hospital Militar en 1974, fue uno de los testimonios por los que la Corte de Apelaciones reabrió el juicio por la muerte del ex ministro de Allende. Un hecho que pone nuevamente en el banquillo al doctor Patricio Silva Garín, -procesado por la muerte de Eduardo Frei- por entonces subdirector médico del Hospital Militar. Aquí nuevas páginas de una muerte no investigada.

Uno de los elementos claves que tuvo la Corte de Apelaciones de Santiago para reabrir el 30 de agosto pasado el juicio por la muerte del abogado y periodista José Tohá fue un estudio del perito forense Luis Ravanal, que determinó que el ex ministro del Interior y Defensa de Salvador Allende no se suicidó, como informó en su momento el régimen militar, sino que habría muerto por “asfixia por estrangulamiento manual de naturaleza homicida”.

Dilucidar si fue asesinado y los autores del crimen será tarea del ministro Jorge Zepeda, quien ya dictó las primeras diligencias para determinar si exhumará los restos del Ministro de Defensa a quien Augusto Pinochet le hizo innumerables gestos de amistad cuando era su subalterno.

A pesar de que han transcurrido 36 años de su muerte, este es uno de los casos en que, pese a las evidencias que desde hace años circulaban en tribunales, no se había investigado en profundidad.

Para ello Zepeda cuenta con otra prueba clave: el testimonio judicial del médico criminalista Alfonso Chelén, uno de los primeros en llegar el 15 de marzo de 1974 hasta la habitación 303 del Hospital Militar. Allí fue recluido Tohá, de 44 años, en calidad de “prisionero de guerra”, cuando fue trasladado desde el campo de concentración de Isla Dawson, donde fue confinado junto a los principales dirigentes de la Unidad Popular tras ser detenido en La Moneda para el Golpe de Estado.

Chelén, titulado en la universidad de Chile, trabajó como médico para el Ejército entre 1954 y 1969, desempeñándose en el Hospital Militar, el regimiento Pudeto y la Academia de Guerra. Al morir Tohá, Chelén era médico de Investigaciones, y por su experiencia anotó todas las huellas que le indicaron que no hubo suicidio sino “muerte por estrangulamiento con participación de terceros”. Un montaje.

“El día en que ocurre el deceso de don José Tohá, trabajaba en la Brigada de Homicidios como médico criminalista, recuerdo que al llegar a mi casa, donde me estaba esperando mi hija afuera, antes de ingresar el auto ella me señaló que había recibido una llamada telefónica de la Brigada de Homicidios, indicando que debía concurrir inmediatamente al Hospital Militar”, recordó Chelén en su declaración.

“Una vez en el Hospital Militar, me acompañaron inmediatamente al tercer piso hasta llegar a una habitación donde me mostraron el lugar donde se encontraba: pendiendo de un cinturón que pasaba por sobre su cuello, sostenido en una cañería al interior del closet”.

“En ese mismo momento, un sargento -cuyo nombre desconozco- me mostraba una bandeja con alimentos, dándome a entender que al señor Tohá se le estaba proporcionando una alimentación adecuada. Trató de explicarme la escena que estábamos presenciando, a lo cual le manifesté que me dejará trabajar el sitio del suceso tranquilo, que sabía perfectamente cómo realizar mi trabajo: observando”.

“Eran habitaciones individuales y la puerta de la habitación, que daba a un pasillo, se mantuvo siempre abierta y en todo momento circulaban oficiales… No toqué absolutamente nada, esperando que llegara el resto del personal de la Brigada, en especial los peritos”.

“Algo que no voy a olvidar es el estado extremo de caquexia en que se encontraba el señor Tohá, un estado de desnutrición irrecuperable. Mi apreciación como médico es que se trataba de una situación irreversible; por tal razón considero que era imposible que él se hubiera suicidado ahorcándose por sus propios medios”.

“Era cerca del medio día y don José Tohá supuestamente se había ahorcado con su cinturón amarrado a una cañería del clóset. El closet de la pieza tenía varias bandejas y su defecto era que a través de los maleteros pasaban las cañerías de agua, lugar por el cual pasó supuestamente su cinturón el señor Tohá. El vínculo era corto, tenía un brazo apoyado en una de las bandejas, el otro colgaba, estaba mirando hacia la muralla y sus dos pies, como era alto, se encontraban apoyados en el suelo. El surco en el cuello era completo, tenía signos de quemaduras en los brazos, al parecer por electricidad o por cigarrillos”.

“A los pocos minutos llegó el personal de la Brigada de Homicidios. Al perito fotógrafo le fui indicando las fotografías que debía tomar y una vez fijado todo el sitio de suceso, yo mismo descolgué su cuerpo y lo puse en la cama, y continué indicando al perito el resto de las fotografías a tomar”.

“En el entorno, encontré unas cartas dentro del velador, que se encontraba semiabierto, y que al parecer fueron escritas de puño y letra por don José Tohá, donde se disculpaba y respondía algunas preguntas, como por ejemplo cómo había conocido a determinadas personas del Ejército”.

“Posteriormente, al pedir las fotografías para hacer mi informe, como no me fueron entregadas, las solicité insistentemente. Pero cuando me las remitieron, llegaron sólo algunas fotos y no estaban las que yo le había solicitado al perito en su momento. Venían, además, con un Informe ya hecho donde se concluía ‘Suicidio’. Me negué a firmar”.

“Se llevaron el Informe y posteriormente recibí un llamado telefónico de un coronel de Ejército, quien se desempeñaba como Interventor de Investigaciones y trabajaba con el director general Ernesto Baeza, y me preguntó cómo había llegado a ser funcionario del Servicio. Le señalé que por un aviso en el diario, donde una vez aceptado me dieron a elegir entre la Brigada de Homicidios y el área salud del personal. Por supuesto elegí la Brigada”.

“A los pocos días, el segundo Jefe de la Brigada de Homicidios me notificó de mi baja de la institución por orden de la Junta de Gobierno. Al preguntar por los motivos para apelar a esta resolución, se me señaló que no contaba con la confianza de la Junta de Gobierno”, aseveró el doctor Chelén en su declaración.

José Tohá, padre de la actual presidenta del PPD Carolina Tohá, era el hombre de más confianza de Allende. Los unía una larga historia política y de amistad. En el primero de sus intentos presidenciales, en 1952, cuando el Partido Socialista apoyó la candidatura de Carlos Ibáñez, Tohá hizo campaña por Allende como jefe de la Brigada Universitaria Socialista. Cuando murió, su hija Carolina tenía 9 años.

El doctor Chelén se negó a firmar la autopsia. Pero hubo otro médico que no estuvo en el sitio del suceso, pero que sí acepto hacerlo: Alfredo Vargas, director del Servicio Médico Legal. No fue el único acto irregular que registra su historial.

Vargas participó visando con su firma varias muertes ilícitas, entre las que destaca el homicidio del diplomático español Carmelo Soria en 1976. También está vinculado al homicidio del agente de la DINA, el cabo Manuel Leyton Robles, ocurrida el 29 de marzo de 1977. Como se corroboró en tribunales, Leyton fue asesinado con gas sarín un día antes de que declarara ante un juez luego de haber sido descubierto en posesión de cédulas de identidad y autos pertenecientes a desaparecidos.

Leyton fue asesinado en la Clínica London, controlada por la DINA. Ricardo Lawrence, alto mando de ese organismo, confesó que recibió la orden de Contreras de ir donde el citado doctor Alfredo Vargas para que firmara una autopsia que “no contamine a la DINA”. Vargas lo hizo, pero no aceptó la oferta de Contreras que le transmitió Lawrence: ser nombrado ministro de Salud.

Vargas murió ese mismo año 1977, y es posible que su muerte no haya sido del todo natural.

En otros procesos de detenidos desaparecidos, Vargas aparece relacionado con el entierro clandestino de sus cuerpos o con el ocultamiento de ellos en dependencias del SML.

La idea del homicidio de José Tohá pone bajo sospecha -e incluso bajo el rótulo de acusado- a otros personajes ya conocidos. Uno de ellos salió a defenderse en las páginas de La Segunda: el doctor Patricio Silva Garín, procesado por su participación en la muerte del ex presidente Eduardo Frei Montalva.

También es investigado por la muerte del general Augusto Lutz, a quien operó con resultado fatal en una cama del mismo Hospital Militar. Lutz fue jefe de Inteligencia del Ejército hasta noviembre de 1973, cuando fue relevado de su cargo y enviado a Punta Arenas por oponerse a los métodos de Pinochet y la DINA.

A la fecha de la muerte de Tohá, Silva Garín se desempeñaba como subdirector médico del Hospital Militar. En su historia médica se mezclan también explosivos capítulos políticos. Fue el negociador de la capitulación de la rebelión militar encabezada por el general Roberto Viaux (“Tacnazo”) en el gobierno de Frei Montalva y tuvo una oscura vinculación con el grupo que asesinó al general René Schneider.

Mientas Tohá estuvo prisionero en el Hospital Militar, su custodia médica debió ser garantizada por Silva Garín. Y está comprobado que mientras Tohá estuvo detenido ahí, fue interrogado por Raúl Iturriaga Neumann, quien luego sería jefe del Departamento Exterior de la DINA y Marcelo Moren Brito, quien fue jefe del cuartel de Villa Grimaldi. Ambos están condenados por distintos crímenes, incluyendo el del general Carlos Prats y su esposa en el que Itrurriaga tuvo un rol clave.

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