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domingo, 19 de septiembre de 2010

Quidam no es nada comparado con la Concertación

Por Gabriel Sanhueza Suárez

Septiembre es el mes de los circos. Carpas multicolores alegran por doquier grises sitios eriazos en los barrios sencillos de mi país. Los más felices son los niños, pensando en los algodones azucarados, en los estrafalarios payasos y en los acróbatas.

Sin embargo, tengo la impresión que los circos estarán opacados por el espectáculo ininterrumpido que nos ofrecen estos días los funámbulos de la Concertación.

¡Que capacidad para saltar en el aire y darse vuelta la chaqueta!.¡Que habilidad la de estos saltimbanquis al hacer tres vueltas de carnero, caer de pie y saludar mostrando sonrisas dentífricas!.

Famosa es ya la rutina denominada “No me gustan las termoeléctricas a carbón”.

Equilibristas de todas las carpas políticas reniegan hoy de ellas, cuando en sus cuatro gobiernos las permitían, incluso a menos de 500 metros de un hospital en Coronel, haciendo a decenas de seres humanos oxigeno dependientes de por vida.

Novedoso es también el número “No a la ley antiterrorista para los comuneros mapuches”.

Realmente impresionan estos contorsionistas de goma, haciendo mariguanzas frente al país para justificar lo imposible: que ayer la invocaran con premura y hoy la rechacen con impudor.

Qué lástima que el Cirque du Soleil se haya ido a mediados de agosto, después de maravillarnos con su espectáculo Quídam. Se perdieron la oportunidad de llevarse a los mejores malabaristas de todos los tiempos que haya producido el país: los políticos de la Concertación.

La diferencia está en que Quídam sorprendía con sus bellas artes acrobáticas de alto calibre acompañadas de una música inspiradora, mientras que el circo concertacionista llega a dar vergüenza ajena.

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