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domingo, 19 de septiembre de 2010

El mal patrón


El tradicional bicitaxi en La Habana

Por Yoani Sánchez
Desde La Habana

Una de las discusiones más frecuentes cuando de Cuba se habla es si a esta realidad en la que vivimos se le puede aplicar el calificativo de “socialista”. Para mi generación, que se crió entre libros de marxismo, manuales de comunismo científico y tomos con los textos de Lenin, resulta difícil identificar este modelo con lo planteado en aquellas obras. Cuando alguien me pregunta al respecto, le digo que en esta Isla habitamos bajo un capitalismo de estado o –si se le pudiera llamar así- bajo un latifundio de partido… de clan familiar.

Mi teoría viene dada porque en aquellos vetustos libros que me obligaban a estudiar, había una línea imprescindible para caracterizar a una sociedad como socialista: que los medios de producción estuvieran en manos de los trabajadores. Sin embargo, a mi alrededor lo que percibo es un Estado omni propietario, dueño de las maquinarias, las industrias, la infraestructura de una nación y todas las decisiones que se tomen sobre ella. Un patrón que paga bajísimos salarios y les exige a sus empleados el aplauso y la incondicionalidad ideológica.

Ese dueño avaro advierte ahora que no puede seguir dándole trabajo a más de un millón de personas en los sectores presupuestado y empresarial. “Para avanzar en el desarrollo y la actualización del modelo económico”, nos dice que deben reducirse drásticamente las plantillas, mientras apenas abre pequeños y controlados espacios a las tareas por cuenta propia. Hasta la Central de Trabajadores de Cuba –único sindicato permitido en el país– informa que los despidos llegarán pronto y que debemos aceptarlos con disciplina. Triste papel para quienes les toca representar los derechos de sus afiliados frente al poder y no a la inversa.

¿Qué hará el anticuado patrón que ha poseído esta Isla durante cinco décadas cuando sus desempleados de hoy se conviertan en los inconformes de mañana? ¿Cómo reaccionará cuando la autonomía laboral y económica de los cuentapropistas se convierta en autonomía ideológica? Ya lo veremos blasfemar, estigmatizar a los prósperos, porque la plusvalía –como la silla presidencial– sólo puede ser suya.

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