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domingo, 29 de agosto de 2010

El fantasma de Chernobil


Por Gabriel Sanhueza Suárez

Estaba en Berlín a fines de abril de 1986, cuando se produjo la catástrofe de Tschernobyl, a unos 1.000 kilómetros de distancia. Ni siquiera el muro, que rodeaba entonces la ciudad, impidió que la radioactividad la alcanzara en pocos días, silenciosa, implacable, mientras las autoridades minimizaban los alcances de la tragedia.

Fue entonces, cuando descubrí la importancia de las organizaciones no gubernamentales y de la investigación científica independiente. Unos jóvenes científicos del Öko-Institut de Friburgo, fueron los primeros que alertaron a la población de la contaminación radioactiva presente en el ambiente.

Con calma pero preocupados, llamaron a que las personas se ducharan por más de 20 minutos si se habían expuesto a la lluvia que el primero de mayo cayó sobre gran parte de Alemania, también en Berlín. Había que dejar los zapatos fuera de la vivienda. Los niños no debían jugar en las cajas de arenas de las plazas infantiles.

El Yodo, el Cesio, el Estroncio, el Xenón y el Plutonio estaban sobre nuestras cabezas.

Sólo entonces los personeros de gobierno se vieron obligados a reconocer la gravedad de la situación.

Hoy, casi 25 años después, la historia se repite. Mientras los incendios forestales arrasan con el suelo radioactivo de Tschernobyl, las autoridades rusas a regañadientes y con desidia reconocen que se queman más hectáreas en las zonas contaminadas por la catástrofe nuclear de 1986, que lo admitido inicialmente.

Alexei Iablokov, ex responsable de ecología en el Consejo de Seguridad de Rusia, advierte, que en caso de fuertes vientos las partículas radioactivas podrían desplazarse centenas de kilómetros y contaminar el noroeste de Rusia, Moscú o Europa Oriental. Y lo peor, ser aspirada por las personas.

El experto en energía nuclear de Greenpeace, Wladimir Tschuprow llama a no minimizar el peligro de la contaminación radioactiva y señala que jamás los incendios deberían haber alcanzado las zonas  contaminadas.

Lo concreto, es que hasta hoy no ha sido investigado como reacciona la radioactividad presente en el suelo ucraniano con las partículas venenosas de los incendios. Un coctel nada saludable, que las autoridades rusas, con su inoperancia, no trepidan en ofrecer a su pueblo

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