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viernes, 23 de julio de 2010

Página Editorial Latinoamericana


Diario El Tiempo de Bogotá

Un giro lamentable

Un desenlace previsible fue el que tuvo lugar ayer, cuando, en respuesta a las serias y graves pruebas presentadas por Colombia en el seno del Consejo Permanente de la Organización de los Estados Americanos en Washington, sobre la presencia de guerrilleros de las Farc y el Eln en territorio venezolano, el propio Hugo Chávez anunció la ruptura de relaciones diplomáticas entre Caracas y Bogotá.

Flanqueado por Diego Armando Maradona, el líder de la Revolución Bolivariana prefirió manejar el tema a las patadas y aplicar aquella máxima futbolística que afirma que la mejor defensa es el ataque. Una vez más, el ex coronel insultó a Álvaro Uribe, aparte de que volvió a jugar de manera irresponsable con la hipótesis de una guerra.

El problema es que los insultos y las bravuconadas que funcionan a veces en los escenarios deportivos no necesariamente operan en las relaciones internacionales. Y es que, más allá de la furiosa reacción del Palacio de Miraflores, el tema de fondo sigue siendo el mismo y tiene que ver con la presencia de reconocidas organizaciones terroristas al otro lado de la frontera.

Si bien las reacciones en las capitales hemisféricas ante lo ocurrido en la OEA fueron tímidas, no hay que menospreciar los efectos de largo plazo que puede traer la contundente exposición del embajador Luis Alfonso Hoyos. Por más conciencia que compren los petrodólares venezolanos, Hugo Chávez está jugando con fuego y arriesga llevar a su país al ostracismo, sin importar lo que le digan sus áulicos en La Paz o Managua.

Hechas esas consideraciones, es imposible no lamentar el giro de los acontecimientos. Tanto por razones históricas como de buena vecindad, un clima de tanta tensión con Venezuela es a todas luces inconveniente. A lo largo de una frontera tan viva, las buenas relaciones no son una alternativa, sino una obligación, pues, de lo contrario, quienes pagan las consecuencias son los cientos de miles de personas que habitan a ambos lados de la línea divisoria.

Eso para no hablar de los riesgos de una confrontación armada, ya que, en las actuales circunstancias, una simple chispa puede iniciar toda una conflagración. Sea esta, entonces, la ocasión para pedirles a las Fuerzas Armadas colombianas la máxima prudencia y que eviten caer en trampas y provocaciones.

Al mismo tiempo, no está de más preguntarse sobre la posibilidad de que el pretexto de la ruptura de relaciones sea utilizado por Chávez para apretar aún más el puño y asfixiar a sus opositores. Con una economía que sigue contrayéndose y que tiene una de las tasas de inflación más altas del mundo, el mandatario ha visto caer su popularidad a niveles nunca vistos. Eso les puede ocasionar un fuerte deterioro a las fuerzas cercanas al gobierno cuando tengan lugar las elecciones legislativas, a finales de septiembre. Sin embargo, está por verse si lo ocurrido con Colombia le sirve como cortina de humo al régimen bolivariano para esconder los problemas internos y jugar la carta del nacionalismo.

Semejante situación también le complica la vida a Juan Manuel Santos. Más allá de su encomiable intención de mejorar las relaciones con los vecinos, el presidente electo se encuentra ahora con una fractura que tomará meses, si no años, en normalizarse. Afortunadamente, las cosas con Ecuador han tomado un giro favorable, pero el ejemplo de Quito demuestra que volver a tender puentes toma mucho más tiempo que romperlos.

Dicho lo anterior, hay que mantener en la agenda del nuevo gobierno la normalización de los vínculos con Venezuela, sin caer en la trampa del chantaje comercial y preservando el derecho a pedir explicaciones sobre las pruebas recabadas. Hugo Chávez ha pedido respeto, pero tiene que entender que este funciona en ambos sentidos. Nada más, pero tampoco nada menos.

Diario El Nacional de Caracas

Verdades amargas

Ayer se dio el debate propuesto por Colombia ante el Consejo Permanente de la OEA. Quizás nadie se sorprendió de lo que oyó, ni de las pruebas y testimonios que presentó el embajador Hoyos, tal como lo había prometido el gobierno del presidente Álvaro Uribe. Los observadores enterados conocían de antemano lo que iba a ocurrir en la reunión. También el gobierno de Venezuela lo sabía, y tan lo sabía que, conjuntamente con Ecuador, trató de posponer la discusión.

El canciller ecuatoriano presionó a su embajador en la OEA, Francisco Proaño, presidente del Consejo Permanente, para que lograra la posposición. Pero pretender semejante recurso ante un organismo internacional no fue sino una gran demostración de ignorancia. Proaño renunció para no hacer el ridículo.

Al conocer las rotundas y bien fundamentadas denuncias sobre los comandantes de la narcoguerrilla radicados aquí, del funcionamiento de campamentos clandestinos y de la presencia de 1.500 guerrilleros en territorio venezolano que se movilizan para atacar a ciudadanos y objetivos colombianos, al presidente Chávez no le quedó otra alternativa que romper las relaciones diplomáticas con Colombia.

Las evidencias presentadas por Bogotá no dejaban lugar a dudas, y la respuesta venezolana fue terriblemente endeble e improvisada, como si el Gobierno no supiera lo que iba a venir.

Quizás Chávez se refugió en la creencia de que Colombia, en las últimas semanas del gobierno de Uribe, dejaría el asunto en suspenso. Mal cálculo.

El cese de relaciones fue un error y una confesión de debilidad, como si la diplomacia venezolana no tuviera argumentos y, al no tener qué responder, la alternativa más cómoda fuera la ruptura.

Pero las relaciones no se rompen en momentos de crisis porque entonces ¿quiénes dialogan o negocian? No puede pensar el presidente Chávez que algo tan grave quede archivado en la OEA.

Debe entender que prestar el territorio para que otro Estado sea atacado tiene graves implicaciones internacionales.

No se trata de algo banal, aun cuando el Gobierno jamás tomó en serio las advertencias reiteradas de Colombia y de los medios de los dos países. Chávez nunca negó de manera enfática la presencia de narcoguerrilleros en Venezuela, y nunca se definió frente a las FARC. Al contrario, abundaron razones para pensar en una doble política bolivariana. Un país en donde, con el beneplácito oficial, se erigen estatuas a Marulanda, algo anormal cobija.

Rotas las relaciones diplomáticas, habiendo apelado a un recurso inconveniente y efectista, la crisis pasará forzosamente a terceras manos regionales como Brasil o Argentina, o al organismo multilateral, es decir Unasur.

Esto es una prueba para la nueva organización. Venezuela está y estará internacionalmente en una posición difícil porque todo el servicio exterior ha sido eliminado y suplantado por militantes fanáticos del PSUV. Ojalá prevalezca el buen juicio y el país quede libre de narcoguerrilleros.

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