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martes, 8 de junio de 2010

UN CELOSO ESTUDIO DE LA HERENCIA PINOCHETISTA

Por Mónica González

(Artículo de la directora de CIPER CHILE escrito para Clarín  y publicado el 8 de abril cuando Miguel Otero asumía la Embajada de Chile en Buenos Aires)

A pocas horas de su llegada a Buenos Aires en su primer aterrizaje internacional, Sebastián Piñera reveló el rostro de quien será su embajador en Argentina: el abogado y ex senador de Renovación Nacional, Miguel Otero. Había expectación ante un nombramiento estratégico. Y no sólo porque Argentina sigue siendo una pieza clave en la política exterior de Chile, sino también por quién tendrá la delicada tarea de mantener el vínculo privilegiado con Cristina Kirchner, jefa de un gobierno de sello político distinto.

La expectación aumentó esta semana cuando se supo del traspié del gobierno al nombrar como embajador en Brasil a Octavio Errázuriz, figura de la cancillería pinochetista desde los primeros días después del Golpe de 1973 y articulador de la red Hamlet, constituida a partir de la recuperación de la democracia en 1990 en el mismo ministerio para filtrar decisiones clave. El rechazo del gobierno de Lula obligó al gobierno a escoger a un funcionario de carrera como embajador en Brasil.

De allí la preocupación de muchos ante la elección de Miguel Otero en Argentina. La principal reserva la motiva el pasado de Otero, golpista y fiscal después del derrocamiento de Salvador Allende en la Universidad de Chile, donde realizó una razzia que dejó fuera de sus aulas a todo profesor y alumno con ideas de izquierda.

De la Universidad de Chile, Otero pasó a las comisiones legislativas, cuatro grupos encabezados por cada comandante en jefe de las Fuerzas Armadas. Una parodia de Parlamento en el que se dictaron leyes que cubrieron todos los ámbitos, desde las privatizaciones hasta la eliminación de la negociación sindical colectiva.

Fue uno de los principales profesores de la escuela de oficiales de Carabineros, policía involucrada en graves violaciones de derechos humanos. Una vez recuperada la democracia, en 1991, Otero llegó al Senado a raíz de uno de los asesinatos que marcaron la transición: el atentado contra el líder de la UDI, Jaime Guzmán, electo senador por Santiago Poniente.

Otero lo reemplazó y siguió fiel a sus convicciones: se opuso tenazmente a la eliminación de los senadores designados (8), institución sin voto popular ideada por Pinochet para impedir que la mayoría ciudadana revirtiera el sistema. En 1997 perdió su escaño.

El capitulo más polémico de su carrera se registra en 1992, cuando una operación de los servicios de inteligencia de Pinochet hizo estallar la candidatura presidencial del entonces senador de Renovación Nacional, Sebastián Piñera.

Le grabaron una conversación donde planificaba una fea zancadilla a la también precandidata presidencial de su partido Evelyn Matthei. El partido también estalló y Otero asumió la presidencia interina. Todos intentaron ocultar que la grabación había sido producto de una operación de inteligencia hecha en un cuartel del Ejército. También Otero. El Tribunal de su partido lo castigó con 3 años de inhabilidad a cargos directivos.

Todo quedó en el olvido cuando en 2000 Piñera decidió ser candidato y Otero lo apoyó. Su hija Fernanda, periodista y militante de RN, ha sido una estrecha colaboradora de imagen y comunicaciones de su campaña al punto de dirigir el primer coaching de su gabinete. A Fernanda Otero se la daba como carta segura para el ministerio de la Mujer pero le jugó en contra ser miembro del Opus Dei. Otro de sus hijos es integrante de la congregación Legionarios de Cristo, bajo la lupa del Vaticano.

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